Virginia Gal se hizo a sí misma en el mundo de la pintura con dos esencias vitales de trabajo: su fuego creador y su perseverancia mediterránea. De allí que el universo de todas sus búsquedas comenzaran a muy temprana edad descubriendo el poder del color, con todas sus transparencias y difuminaciones, los trazos seguros al delinear paisajes, y la destreza con la espátula para describir las emociones de las aguas, de los árboles crustáceos, de los conmovedores atardeceres, de las flores hilvanadas y de las hojas embrionarias; destinadas a conservar los recuerdos temporales.
La
serena sensibilidad con la que ha ido
recreando su obra la han llevado por los caminos de paisajes revisados
por la memoria, cuando el pulso encuentra la expresividad y nace la necesidad
de resolver, en el apretado lienzo, todo lo que se quiere transmitir.
El
recuerdo suele dibujar su ancho mapa de luces y sombras. El verdadero artista
asume el reto y así comienza la fragua con su sello personal y el dictamen de
su corazón, especiados tonos acuarela o vibrantes, que se van mezclando en la
travesía de esa gran barca que es la creatividad.
De
los muchos viajes realizados por tierras de otros continentes, que tienen
otras tramas y coloraciones, a Virginia le
nació esa adhesión espontánea de recrearlos, así como también el rescate lleno
de ingenuidad de ella misma, convertida en afable lectora de libros, mientras
los títulos recuerdan fechas exactas de genocidios, en las que la humanidad
vivió completa oscuridad, tierra rendida bajo el mismo sol, que también nos
hace ser los más sublimes.
Por
eso ella va hacia la vitalidad y retiene visualmente lo que pocos se atreven: la
sonora carcajada marina del Mediterráneo, así como el choque del fuego del Volcán
Cumbre Vieja al cortar las aguas del Atlántico.
Tamizar
el instante que rápidamente olvidaremos, por efímero, es lo que se ha propuesto Virginia Gal, en ese incesante
ir y devenir que es el arte, capaz de regresar la felicidad nada más tocar su poesía.
Sabemos
que la naturaleza no se repite y sin embargo podemos regresar a ciertos
paisajes que aportarán al día siguiente parte de lo que el artista no ha podido
dominar. Sin embargo, en el impermanente mar lo que se pueda capturar y plasmar
permanecerá en el capricho de la memoria. Captado y guardado, el motor
conceptual intentará reproducirlo.
En
Gal entonces surge una novedad. El expresionismo interior capta la luz del impresionismo
exterior, para dejar al espectador frente a la imagen del choque de las aguas
enmarañadas, cuando se mezclan azules y espumas, con la virulencia del
movimiento. Su tenacidad está en detenerlos justo cuando se escapan.
También
está la necesidad de llevar la textura y las flores al límite de un acercamiento
innovador, brindado por el color, los planos que de cerca revelan y de lejos
contribuyen a amar el recorrido, como claro resguardo de su vivencia más
básica.
Es
un juego constante en ella: llevar al espectador a otra mirada, a la
observación imperante de su naturaleza latente y apremiante, para advertir
sobre los otros relatos que se entretejen en los recuerdos.
El
tiempo hace al artista experto en reconocer con mayor rapidez, las nutrientes rendijas
de luz y de oscuridad para esconderse para
proyectar su universo.
La
elasticidad de Virginia Gal a la hora de componer sus obras y la libertad de
sus movimientos al encontrar en la naturaleza todo tipo rincones para
recordarnos que existen, es el mejor
motivo para celebrar su obra.
Lo
cotidiano tiene dimensión brillante, reconociendo sus capas, fragmentos y matiz multicolor.
@viginiagalarte
https://opensea.io/collection/virginiagalarte
https://www.santanaartgallery.com/virginia-gal
Virginia
Gal expuso su obra a finales de mayo de 2022 en
Santana Art Gallery, de Madrid.