Desde hace tiempo estaba por decírtelo, ahora, las oportunidades me lo permiten y lo voy a hacer, porque además espero lo sientas un poco mas suavecito. Ha pasado el tiempo, ese gran calmo y paciente espíritu al que poco comprendemos.
Comienzo por decirte lo que ambas sabemos: tenemos lo que escogemos. Tu y yo en eso no hemos tenido suerte y mas que el azar yo lo pondría en manos de las lecciones que no supimos aprender por confundidas, una veces; por tercas, otras; por repetidoras de errores ajenos.
Ahí estás tú con un par de divorcios, yo con varias separaciones y nada que mejora la enfermedad. Tú tienes a la repetición de Fernando y yo tengo la fotocopia de Eduardo José. Si nos propusiéramos intercambiarlos tampoco ganaríamos nada bueno, de eso estoy segura y aunque esta ultima idea se me ocurrió a mi, no a ti, pues nada, tómala ligerita, no más; la he pensado sólo en los momentos de ocio absoluto, porque buena no es.
Tu Fernando era un hombre bueno cuando todo comenzó. Como todo. Aquí no hubo diferencia. Como los malos conductores al volante de un carro se le salió una personalidad que le desconocíamos. Así ocurrió con Andrés y ahora te está pasando con Miguelón.
Otro tanto me ocurrió con Eduardo José y Luis Alfonso y ahora con el innombrable ese que tu tanto conoces bien, mejor que yo, porque era conocido tuyo antes que mío y aunque no te quiero reclamar que me lo hayas presentado, porque esas cosas son impredecibles en la vida, quiero decirte, hermana, que me he sentido, muchas veces, como una avestruz loca, corriendo por un solar, sin sentido de orientación.
¿Será casual esa cifra de fracasos entre tú y yo? No lo creo. Dicen que la matemática revela cosas mas allá de lo que las palabras mismas puedan descifrar y aunque no soy experta en nada, tengo mucha vivencia, para que pretenda, como creo que tu estas ahora, ignorar las señales del destino… si es que lo son…
La verdad es que estoy harta de que vivas con ese sobresalto diario. Y cuando me puse a pensar en ello, antes de escribirte este correo, me di cuenta que también estoy “saturada” de lo mismo. Nuestras vidas son el sustico diario que creo le dejó papá a mamá antes de morirse. Chama, uno no puede vivir pensando que si dejas de hacer algo el hombre te va a dejar y lo peor es que ellos no hacen casi nada.
A nosotras, como mujeres venezolanas, nos enseñaron a hacer de todo para salir de todas las circunstancias. En eso hemos sido muy buenas. Debemos felicitarnos como si estuviéramos en un poco programa de alcohólicos anónimos.
Yo te felicito, Inés María. Yo me felicito a mi misma. ¡Somos grandes! Trabajamos, criamos a los hijos, mantenemos la casa; le pagamos los remedios a mamá; cocinamos en las noches, atendemos a nuestros maridos… y aquí me detengo. No sé si tú, esto ya lo hemos conversado, pero dejo el patín y la bicicleta; prefiero caminar y llegar medio derecha cuando esté viejita. Quiero por lo menos servir para algo. ¡No aguanto más! Tu hermana Isabel se divorcia por tercera vez… No quiero tener lo que escogí por más tiempo, para no ponerme melodramática, como me has acusado tantas veces.
No quiero más un hombre en mi casa por el que dirán. O por todos aquellos resabiados consejos de que mejor con macho malo que sola; hombre conocido que por conocer, hay que aguantar porque la vida en pareja es dura… que la felicidad no viene en bandeja de plata….
Sigo mi rumbo… no me dan miedo las criticas… “casadita” con ellas no estoy.
Tampoco aspiro que tú me imites. Para nada. Tus circunstancias son las tuyas. A las mías las detengo justo en un punto donde, sí, es verdad, tengo miedo, a lo que está por venir, pero mucho más a lo que he dejado de vivir, anclada en las necesidades siempre del que te conté, nunca en las mías…
Cero sacrificio, se acabó. Quizás debo aprender sola lo que hasta ahora no logré reunida.
¡Porque a eso si le debemos dar las gracias: todo lo podemos, porque para eso si fuimos muy bien entrenadas, desde la infancia! (Notitarde, 26/05/2010, Lectura Tangente).-