domingo, 11 de diciembre de 2022

Rolando Quero, vuelo rasante de luz

Rolando Quero en su taller (Foto José Antonio Rosales)


No imaginamos que nos darían este aviso de Venezuela a finales del mes de septiembre, porque además días antes habíamos intercambiado esos mensajes que desde la invención del WhatsApp compartimos con amigos y familiares.

Cuando un amigo en común me comunicó la muerte de Rolando Quero, iba en el tren hacia el trabajo. Ya eran las ocho de la mañana y tocaba bajarse en la estación. Sentí una mezcla de agradecimiento y serenidad. Segura estuve y estoy que en la dimensión donde se encuentra se reconfortó su alma con los universos con los que aquí soñó. Sabía que lloraría su perdida un poco después. En la distancia del exilio hemos tenido que aprender a enfocar y desenfocar la perspectiva, a conveniencia.

Para ello pedí,  semanas después, unos días de descanso y me fui de viaje. Paseando por  uno de los bulevares de Málaga vi unos árboles de gran tamaño que me hicieron recordar los pequeños arbustos que tenemos por Venezuela, conocidos como Ficus. Pregunté y descubrí que eran de la misma familia arbórea que tienen cientos de variedades, solo que estos son enormes y anchos; casi de leyenda. En el trópico los tienen como plantas ornamentales y los apartan del agua porque -dicen- sus raíces toda se la chupan, al punto de arrasar, manantiales, ríos y deshacer tuberías.  Aquí en la tierra que vio nacer a Pablo Picasso, crecieron frondosos porque no los recortaron. No les dejaron de dar agua. No les mutilaron ni los sembraron lejos de aguas de fondo. Ellos crecieron hasta convertirse en gigantes. Y están para ser admirados con devoción, en la ancha calle Alameda.

Me vine aquí para superar la muerte de un amigo, de un hermano de mi alma y para mi corazón. Me abracé a mi madre, el mar, la mar. Corrió por mi piel la sal que me hizo arder antiguos y nuevos desapegos; asimilar el dolor de mis fosas nasales y el ruido que desaparece cuando mis oídos están hundidos y flotando, en las océano de mi propia quietud. 

Por eso me propuse este viaje a las tierras andaluzas. No estoy en su Barcelona (Rolando vivió alrededor de veinte años allí y la amó profundamente), pero estoy frente al Mediterráneo. Volcado hoy como ayer de toda su temperatura fundida de creatividad, estrellas sumergidas, arcoíris coralino, y la sensación indisoluble de no ser los suficientemente magnánimos.

Samán

Cuando por primera vez le visité en su casa de Villa de Cura (estado Aragua, Venezuela) supe porque era un artista. Un terreno enorme, con un gran samán al que veía todos los días, desde la ventana de su habitación, mientras tomaba el café mañanero para despertar, comprobando los correos en la computadora (ordenador), revisando las redes sociales, de las que era muy activo. Un tronco enorme, centenario. Que seguramente también cobijó a todos los héroes de la Independencia, en la oscuridad apenas alumbrada por el fuego, el amor y el odio, y quizás algunos buenos deseos de igualdad, fraternidad y libertad. Supongo que el padecimiento en aquel entonces era enorme. El de ahora apenas amansado por las drogas y el aprendizaje de técnicas y conocimientos que nos permiten ser un poco mejores y también un poco peores.

La flor sensible del samán, un árbol corpóreo y robusto,  de pistilos de colores rosado y amarillo pálidos, permite iluminar cielo y tierra, porque él, se sabe nacido para comunicar trascendencias.

Sentado un atardecer en el patio de esa casona colonial, muy cerca de este gigante de preludios, recibiste una señal que a pocos contaste, porque sabias no te hubiesen creído. Un rayo de luz penetró directamente tu cabeza. Te sentiste aturdido por un momento, inmóvil ante un suceso tan particular. No hubo testigos. Fue aliento de fuego bendito. Liviandad para continuar con la colorida obra que fuiste capaz de reproducir. Somos hijos de la inteligencia amorosa universal pero cuesta asimilarlo en este plano físico, donde nada es fijo ni permanente.

Al compartirlo, lo celebramos como momento mágico vivido por ti, como si hubiese ocurrido en ese justo relincho del tiempo, para vitorear la suerte de poder dibujar y pintar esos universos plagados de esferas circulares de colores y también de la furia de la oscuridad.

Sola ahora frente al Mediterráneo podía intentar superar la perdida de un amigo. Un ser humano que en mi corazón brillaba como los tornasoles amaneceres y atardeceres de Villa de Cura.

Vi a Rolando Quero por primera vez en los espacios del Ateneo de Valencia (estado Carabobo) donde fue docente por alrededor de tres años en el Centro Piloto de Capacitación en Arte, Luis Eduardo Chávez.

Tuve contacto nuevamente con él, no sé cuánto tiempo después. Nos vinculamos por razones del oficio. Quería que le hiciera una nota de prensa o una entrevista, para alguna de sus exposiciones y de esta forma nació un vínculo de hermandad y de admiración.

Recuerdo reunirnos a lo largo de los años muchas veces. No solo por razones periodísticas. Siempre que pudimos, mientras vivimos cerca, en la ciudad de Valencia, fueron muchos los encuentros, las charlas, las salidas a tomar un cafecito, almorzar o cenar, para celebrar el hecho de compartir ideas, reflexiones y vivencias.

En varias ocasiones preparó comidas especiales para un buen conjunto de amigos entre los que me encontraba.

La vida de Rolando fue maravillosa. Fue el menor de una familia de siete hermanos, él el octavo, (Lourdes, Carlos, Elizabeth, Mirian “La Nena”,  Zulay, Magda y Alina) que lo consintieron y apoyaron a lo largo de su vida.

Si bien de Villa de Cura viajó a la ciudad de Mérida para intentar estudiar derecho en su universidad, pronto su destino se sinceró. Viajaría a Francia y España para desarrollar lo que sabía era su auténtica vocación, ser artista.

Años después, recordaría como el viaje más añorado, Túnez. Sus colores en el ocaso le llenaron de inspiración y lo convirtieron, con solo observarlos, en un mejor artista.


Al fondo, el hermoso Samán


Petróleo

Veinte años vivió en Barcelona ampliando estudios y conocimientos, trabajando y desarrollando diseños para una empresa a gran escala, por lo que su regreso al país, después de todo ese tiempo, era más que entendible: tenía que desarrollar su voz en el arte; su expresión, su plástica.

El día a día sólo le permitía sobrevivir y no pudo en Europa desarrollarse como el inmenso artista que había dentro de su espíritu. Incansable en sus deseos y con mucha constancia fue haciendo en su imaginación lo que después desembocó en sus lienzos. Antes de retornar también supo que debía cuidar mucho su salud, porque como él decía “regresé con un ala rota”, al enterarse que padecía de diabetes.

Las primeras obras de Quero realizadas en Venezuela fueron pensadas en Europa: estuvieron bañadas de fondo oscuro petróleo porque era la forma de remitir nuestra tierra. Esa base negra y profunda, avizoraba tiempos de cambio, dentro de un pasado ya deslucido por la ligereza, con la mal repartida riqueza de una nación, incapaz de sembrarla.

Nacieron sus planetas amarillos, anaranjados, verdes y rojos ensombrecidos y expectantes por la oscuridad reinante. Dominaba tanto el color como su carencia, con mucha fuerza, dándole circularidad a los universos que se iba encontrando en su juego creativo. Trabajos que tuvieron texturas, halladas en los desperdicios de madera de los talabarteros de Villa de Cura, de los que se hizo amigo, pues fueron la base también para crear esculturas de madera donde jugaba a los círculos y los ángeles, pintándolos con sus vistosos y característicos colores, entremezclados.

La escuela europea del aprovechamiento siempre la tienen muy presente quienes han estudiado en este continente bañado por tanta fuerza de supervivencia, tras tantas guerras superadas.

En Venezuela, nuestro frágil sistema de vida, en el renacer de una democracia, desde los años 1950 hasta el 2000, se vivía una libertad que generó el gran descuido de creernos elegidos por el más allá, cuando lo único que teníamos era fe en espejos trastornados.

Anfitrión

Rolando trabajó con mucha pasión a su regreso y no hubo un solo año en que no preparara alrededor de tres y cuatro exposiciones. Era un trabajador inmenso y por sobre todas las cosas muy organizado.

Dedicaba un tiempo para crear, otro para organizar y el resto para continuar imaginando su obra que tuvo una evolución rápida y auténtica, en el desplazamiento de sus grandes trazos en el abstracto.

Se convirtió en el maestro del neo expresionismo abstracto porque en él se concentraba mucha de la fuerza del origen de esta corriente vanguardista europea, que vio a sus mejores exponentes en EEUU,  al huir los artistas de la II Guerra Mundial.

Tenía la medida exacta para desbordar su lirismo: sabía cuándo romperse en él y cuándo recogerlo para dejar completa ostentación visual  

Tuvo gran ímpetu creativo y lo mantuvo intacto hasta este año 2022 cuando presentó dos exposiciones en escenarios completamente distintos. La gran sala del Museo Alejandro Otero en Caracas vio un conjunto de más de ochenta obras entre lienzos y esculturas suyas, en trescientos metros de exposición; y en el Hotel Hesperia de Valencia hizo una muestra individual que sería la última. Todo ello aquejado como estaba de salud, sin poder ver completamente bien por uno de sus ojos y con mucho dolor en la columna que le impedía caminar o estar de pie mucho tiempo.

Se preparaba con la disciplina de todo un experto. A pesar de las grandes crisis que se vivieron en Venezuela, donde a veces no se podía ni encontrar papel para dibujar, Rolando siempre tuvo la previsión de comprar sus implementos a tiempo. Tenía almacenados papel, lienzos, pinceles y pinturas.  No hubo crisis que le afectara. Pensaba en todo.

Sus eventos, sus exposiciones siempre tuvieron un brillo especial, porque el mismo se encargaba de buscar patrocinantes, con los que negociaba sus obras, para que los actos inaugurales fueran verdaderas celebraciones con abundancia en todo lo que se brindaba, desde bebidas hasta los pasapalos (canapés) diversos y copiosos, además de actuaciones de músicos. No faltaban los medios de comunicación, a los que convocaba personalmente.

Era verdadero anfitrión de todo buen sarao.

Museo RQ

Recuerdo la inauguración de su Museo en Villa de Cura, en el que se cerró la calle contigua porque el número de invitados de toda Venezuela así lo ameritaba. Comida y bebida durante todo el día para el que se acercara y la gente de pueblo, por supuesto se volcó a este acontecimiento. Desde las monjas contiguas a su casa, hasta el personal de rehabilitación de los centros de salud que en momentos difíciles, tanto le apoyaron.

Siempre estuvo pendiente de los pequeños detalles. Era conocedor de la alegría que debían producir estos eventos culturales, capaces de alimentar el espíritu, regocijar corazones y enriquecer mentes para un mejor porvenir.

Mantuvo muy buena relación con todos los periodistas, reporteros, gráficos, críticos de arte, escritores, locutores, productores audiovisuales a los que supo dar su verdadero lugar.

La memoria me atrae momentos que viví a su lado, que no se me olvidan. Verlo mirando por la ventana de su cuarto tomando un café mañanero humeante y pleno de sabor, viendo el samán hermoso, explayado en toda su abundancia, es una constante.

El olor a tierra silente, de ese patio grande y tan sencillo, reverberando arepas asadas, es para agradecer.


Mural homenaje a Quero, realizado por José Manuel Sumoza

El viaje que realicé con el como invitado para celebrar el 50 Aniversario de la fundación de Brasilia, la capital brasileña, donde compartimos momentos de trascendencia de su carrera en la que llevó un conjunto de cuadros homenaje a la floresta, como le dicen los brasileños a la selva, con juegos de espejos de las aguas, los vuelos de las exóticas aves que cruzan el cielo y el verdor que supo combinar muy bien dentro de su poesía abstracta.

Su obra gustó tanto como su personalidad y de la sala de exposiciones, siempre pasábamos a recorrer y visitar casas de las personas que acabábamos de conocer. En una de ellas, una residencia de un lujo muy particular, porque la planta baja daba la bienvenida con un gran estanque de peces exóticos, cocinó una paella para unas veinte personas y mientras la preparaba, como especie de showman, iba hablando de todas las historias que  solo él era capaz de hilar como venezolano: su paso por Barcelona, los ingredientes que estaba utilizando y los secretos culinarios para que quedara perfecta; y la gran aventura que era para él la pintura. Rodeado estuvo allí con su verdadera sazón: abundancia en todo lo brindado, risas a borbotones y elegancia en toda su expresión.

Maracas

La música no faltó. Cayó una “lata de agua” como se diría en el llano venezolano (un potente chubasco tropical con abundantes precipitaciones, truenos y centellas) y fue la primera vez que escuchamos al grupo Tribalistas. Una noche de total embrujo, de comer una de las paellas mas dignas que he comido lejos Valencia (la de España), beber y bailar, tras esa lluvia que dejó el aroma a tierra y árboles empapados, con sus muy variadas danzas que hicieron sentir la inmensidad del mundo, dentro de su enorme pequeñez.

Esa noche los colores de sus obras salieron para brindar con los charcos que dejó la lluvia y las maracas de la selva hicieron que entendiéramos un poco más nuestra alma, arrimándola a la tierra mojada y fresca de ese encuentro.

Al entrar al Templo de Boa Vontade (Templo de Buena Voluntad) donde fueron presentadas sus obras, supe de la gran suerte que rodeaba a Rolando. Es un monumento ecuménico con una gran pirámide de 21 metros y siete caras, que contiene en su punta un gran cuarzo e hicimos el ritual que proponen hacer, caminar en círculo hacia un lado y regresarse a la inversa, para transfigurar al destino o recibir un baño de nuevas y poderosas energías.

También caminando por esa gran ciudad que es Brasilia coincidimos con un grupo de indígenas que estaban vendiendo sus artesanías y aunque no lo exhibían, sacaron de un cofre secreto un gran penacho de plumas azules, que intentaron venderle a Rolando.  

Como todo un piache se probó la corona azul sintiéndose poderoso y magnánimo ante esa vivencia, riéndose por la travesura y continuando el camino de andanzas, que además no permitían que compráramos esa artesanía costosa, fina, tan bien lograda por  esos otros verdaderos artistas de la tierra, del follaje, del hacer con cada cosa con encuentran y con las que conviven, arte.

La obra que llevó para Brasilia estuvo bañada de las luces de ese gran misterio que es el mundo natural, exuberante en colores con la fuerza de amarillos, verdes, rojos y azules. Vuelos cromáticos para narrar la historia del mundo.

Era un hombre de anécdotas y también le tengo que agradecer que a lo largo de nuestra amistad, solo me presentara gente de su misma dimensión personal y espiritual.

Recuerdo particularmente a Haydée también su hermana del alma que vive en Cataluña. La fui a visitar y conocer en mi primer viaje a España, cuando no pensaba ni siquiera vivir aquí. Ella contó que junto a su madre fue a una fiesta y cuando vieron a Rolando bailar supieron que era venezolano. A partir de allí entre ellos surgió amor verdadero, su “familia española”, le llamaba él.

Con mi madre Rusé hablaba y practicaba catalán en Venezuela.

Tuvo la gran oportunidad de remodelar su casa para convertirla en el Museo RQ de Villa de Cura, contigua a la casa colonial natal de Ezequiel Zamora. Vivía al lado de la Casa del Santo Sepulcro de Villa de Cura, venerado anualmente en Semana Santa.

Gracias

Aparte de mostrar una colección permanente y apoyar a sus colegas artistas exponiendo sus obras, se convirtió en un taller para formar nuevas generaciones de artistas jóvenes.

A raíz de su muerte, uno de ellos, llamado José Moisés Sumoza, pintó un mural con el rostro de Rolando Quero en la pared del Museo. Una obra muy bien lograda, hermosa y genuina, que habla de la calidad de esa relación maestro-alumno.

A pesar de sus limitaciones físicas personales Rolando siguió pintando hasta un último momento. Hubo un período que sus obras, quizás ya en el post-coronavirus,  tuvieron una desconexión y se desligaron de la abstracción lirica para convertirse en una resonancia de colores que buscaban de alguna u otra forma una sintonización con el alma. Lo fue logrando paso a paso para dar una visión más ligada al trabajo suyo de años, la unión de los mundos en el paisaje tonal de los tiempos, repartidas las atmósferas etéreas y espaciales como si fueran una sola.

Cuando no había otro color más que amarillo y negro, los combinó para acertar y demostrar que estaba succionando la misma sabia de los colibrís.

Antes de terminar este escrito debo confesar que me ha costado bastante. He tenido que deshacerlo varias veces y si bien estuve intentando sacar todo el dolor con el pies sumergidos en las aguas del mar Mediterráneo en octubre, ahora ya estamos a unos días de desarrollarse el solsticio de invierno, e intento todavía dejarlo sin concluir.

No me había ocurrido quizás esta circularidad de regresar a lo no concluido, por lo demás común e inherente.

Rolando, fuiste un espejo de mi misma, un reconocimiento ancestral de luces.

La liviandad de tu sonrisa constante, de tu bien hacer hacia los demás me llenó de alegrías y por eso hoy llevo mi tristeza a ese árbol de lluvia que también es el samán.

Me quedo con tu fuego creador, con tus colores a sotavento, renaciendo en el hacer, con tu familia de seres unidos en círculo, hechos en barro y en bronce. Con el recorrido que hice por la Escuela Massana donde estudiaste, donde comprendí la efervescencia del arte, con el destello fugaz de Burdeos y sus constantes ensayos y error con cuerpos vivos, prestados a la práctica ajena.

En ti la faz del mundo, como cuando se mira al sol de frente, con los ojos cerrados, en pleno amanecer.

Piache azul, alcázar de sueños multicolores.

En tu taller, las huellas de los colores así como en tus zapatos Crocs que usabas para pintar, dejan constancia una vez más de tu intenso trajinar.

Gracias por darnos tanto a quienes te conocimos.

Siempre (aunque esta palabra ni exista, ni debamos pronunciarla), te celebraré.


Rolando en el Museo Alejandro Otero (Foto de José Antonio Rosales)


 

  

Enlaces:

https://www.facebook.com/rolandoqueroart  

https://hive.blog/hive-174301/@josemoises/painting-my-first-mural-in-tribute-to-a-great-friend-i-ll-explain-how-i-did-it

https://www.youtube.com/watch?v=bTPKpglvoos

https://www.youtube.com/watch?v=FFGRWrFH5pw

https://www.youtube.com/watch?v=-sgfq_CZ3iI

https://www.youtube.com/watch?v=2CRot7aQbQE

https://www.youtube.com/watch?v=ZxyHfMFIGOw

https://www.youtube.com/watch?v=05l9jLJRQio

https://www.youtube.com/watch?v=hL5-at8N92U

https://www.youtube.com/watch?v=iKKLouX_Tds

https://www.youtube.com/watch?v=R9RWGghWLP4

https://www.youtube.com/watch?v=tDutzZmPHy4

https://www.youtube.com/watch?v=uImPgExnM8M

https://www.youtube.com/watch?v=WAMWbldt8Fc

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Barrio selva



Por la calle Nicolás Sánchez, del céntrico barrio de Usera (conocido como el chinatown madrileño), en días pasados, alrededor de las siete de la mañana, vimos a un grupo de ciudadanas chinas ataviadas con  trajes típicos y abanicos, mientras un dragón era sacudido y serpenteado, en lo que parecía un ensayo general de alguna representación.

Al final de la calle, llegando casi a la boca del metro estaban todos los equipos de filmación, guindando los micrófonos cañón,  envueltos con sus características esponjas; mientras un grupo importante  de extras descasaban hablando, apoyados en las paredes de los establecimientos, a esa hora cerrados.

La calle estaba fresca dentro del pasado agosto inclemente. Era temprano y buía actividad creativa. Todavía no habían cortado el paso a los transeúntes, aunque luego la sorpresa fue generalizada entre quienes tenían que pasar a visitar algún comercio o llegar al metro.

Las mujeres chinas se observaban entre sí. Alguna comentó a otra observando los pantalones rojos demasiado largos de la compañera y otra  estiraba el traje que parecía arrugado. Se reían entre ellas y estaban pendientes, mirando en dirección al inicio de la calle donde se encontraban los actores de fondo y quienes daban directrices.

Por el barrio chino siempre hay mucha actividad. A pesar de que la pandemia dejó nueva geografía,  al cerrarse y abrirse nuevos negocios, de alguna forma se siente un pulso palpitante, con el movimiento constante de mercancías que abastecen los muchos locales que lo circundan y a toda España.

El universo de los deseos está bien repartido: desde los famosos supermercados en los que se puede encontrar cualquier producto asiático, librerías especializadas en textos chinos, tiendas exóticas, los mejores y más populares restaurantes (alguno de ellos visitado por los Reyes) y locales que van desde un pequeñísimo puesto que solo vende pato laqueado, hasta peluquerías, inmobiliarias, casas de inversión, de juegos, de ropa, bazares, de alimentación  y costureras chinas para la amplia gama de clientes que por allí conviven. Uno de los bancos tiene habilitada una gestora para atender a esta comunidad. En muchos lugares los carteles están en el idioma chino mandarín, nada escrito en español.



Venden en los restaurantes platos muy típicos de ellos, pero como en asuntos del paladar el ser humano es insaciable, se ven rodeados de los típicos occidentales que quieren probarlos y de esta manera se abren a la experiencia de tener una amplia gama de comensales: españoles, latinos, norteamericanos y de otros países europeos dispuestos a degustarla la amplia gastronomía, en sus sencillos comedores, pues buena mayoría de ellos no tienen más lujo que su aire típico, local; costumbrista.

Tienen colegios, centros culturales para aprender idioma español y a su vez ellos tienen algunos donde enseñan su lengua, sus costumbres. Un templo espiritual y actividades culturales para ellos y quien quiera acercarse.

Muy cerca de allí, entre las ocho y la nueve de la mañana, en el Parque Madrid Río, siete largos kilómetros que conectan la ciudad, al lado del ahora débil río Manzanares, se escuchan los poderosos sonidos de los abanicos chinos, mientras  diversos grupos en distintos puntos practican el Thai Chi, dirigidos por mujeres chinas longevas, que lucen hermosas y vigorosas, con esta ancestral práctica.

El sonido al abrir y cerrar los abanicos de buen tamaño es contundente. No pasa desapercibido. Verles es saber que ellos forman parte de este paisaje que es Madrid, diverso y multicultural.

Desde el barrio chino se puede acceder muy fácilmente al inicio de Madrid Rio y desde allí conocer historia, puentes antiguos y muy modernos, también interconectados con Matadero, lugar que antiguamente se sacrificaban bestias y ahora se ha formado un interesante y muy visitado complejo cultural.

La comunidad asiática en Madrid es grande y aunque son más los ciudadanos de China y Taiwan, también los hay filipinos, coreanos, vietnamitas, japoneses, tailandeses y paquistaníes, aunque estos últimos tengan rasgos diferentes al resto de los también llamados orientales.

Por el barrio chino además convive una amplia ciudadanía latina compuesta en su mayoría por bolivianos, peruanos, dominicanos, paraguayos, colombianos y ecuatorianos, además de marroquíes. Muchos colores y acentos por un barrio sencillo, adaptado para vivir la cotidianidad de esta España rica en contrastes. Por supuesto, no todo es tranquilidad, por sus calles muchos sucesos se han protagonizado y encendido.

Bandas juveniles que por alguna razón han tomado más poder del que se les debería haber permitido, ahora recién son controladas, después de ser protagonistas de hechos particularmente crueles, porque sus ataques por controlar zonas son con machetes.  Incluso asesinaron hace casi un año, a un joven rapero, con síndrome de Asperger, llamado Isaac,  conocido artísticamente como Little Kinki, con buena cantidad de admiradores, que ahora se tienen que conformar con su injustificado e inmerecido asesinato.

El Chinatown madrileño comunica con todos los barrios del sureste de la capital, donde se puede complicar la tan anhelada seguridad ciudadana.

La película que se estaba filmando por Usera se llamará China y es una historia basada en la segunda generación de una familia que ha hecho vida en España, por lo tanto con nacionalidad e idioma español, aunque no sabemos si idiosincrasia, tema que suponemos intenta dilucidar su directora,  Arantxa Echevarria.

La comunidad china en España está formada por 193.129 personas al 1 de enero de 2022 (excluyendo la segunda generación que ya tiene ciudadanía), según el Instituto Nacional de Estadística. Ha habido un descenso del 2,3%, achacable quizás a la pandemia.

Probablemente asistimos esa mañana a las últimas secuencias de la película que concluyó rodaje a finales de agosto y se encuentra en la fase de postproducción.

Vimos una calle festiva, como cuando se celebra anualmente el Nuevo Año Chino y se sacan a relucir dragones, tigres y se decoran las calles con las famosas linternas y cintas colgantes rojas. Quizás presenciamos el principio, intermedio o final de la película que ha despertado espíritu de colaboración entre los ciudadanos chinos y los medios que han ido reseñando la nueva producción de la cineasta que estrenó en 2021 la comedia La familia perfecta y que obtuvo el premio Goya 2019, a la mejor directora novel por su filme Carmen y Lola.

Una vez, entrando a comer en uno de los restaurantes chinos, me atendió una mujer joven asiática que apenas escucharme hablar supo que era venezolana. La sorpresa fue mayúscula. Nunca creí que dentro de un restaurante chino, en España, alguien pudiera reconocerlo. Pero es que en Venezuela también hay muchos orientales, como en buena parte del mundo. Me contó que ella tenía familia en Anaco (en el estado Anzoátegui) y que por eso le fue tan sencillo saber que era de allí. Me dijo que su familia de allá hablaba con mi acento. 

Al principio no quería reconocerlo pero al final tuve que admitir que efectivamente hay chinos en Venezuela más criollos que el chocolate de Choroní. 

Algunos dirían que el mundo es un pañuelo blanco, aunque Usera bien merece la categoría de barrio-selva, de aventura y descubrimientos. De peligros, placeres y mucho aprendizaje humano .




lunes, 15 de agosto de 2022

… pero ya estoy free

 

Sanfermines 2022

A principios del pasado mes de julio al llegar a una cafetería encontré a todas las personas ensimismadas viendo al televisor. Creí por un momento que algún suceso trascendental había ocurrido, porque hasta el chico que pone los desayunos y prepara café, observaba sin atender a la clientela. Era el primer día de los Encierros de San Fermín y durante los breves minutos que duró la transmisión nadie apartó los ojos de la pantalla, mientras hablaban, comentaban a veces,  y/o exclaman reacciones al paso de las bestias y los chicos vestidos de blanco con  pañuelos rojos en el cuello y la cintura.

A las ocho en punto el chupinazo, un cohete de fuego desde el ayuntamiento de Pamplona,  da comienzo al espectáculo que se narra desde las emisoras de radio y se proyecta en la tele, de lo que son los delirantes dos minutos, que no llegan a tres, donde poderosos toros corren y a veces caen en las calles estrechas -sin perseguir- a jóvenes que corren delante, a un lado y detrás de ellos en un desafío que se termina en una plaza de toros, donde todavía puede acechar el peligro, pues algunos pueden allí ser corneados, como ocurrió este año. 

Las 875 metros de carrera por las calles empedradas quedan abochornadas de sudores, miedo, sangre y chavales heridos, atendidos por los sanitarios, prestos a socorrerles.

Durante siete días esa fue la festividad que mantuvo a España unida a las ocho en punto de la mañana.

El primer día de esa experiencia, como no la  había experimentado, por un momento pensé que en el mundo había ocurrido algo así parecido al 11 de septiembre de 2001, cuando todos los seres humanos quedamos anclados a las imágenes de esos sucesos que bien todos sabemos y de los que ya se suman casi veintiún años.

Observar en aquel momento un avión enterrarse a un rascacielos era algo inimaginado, mucho menos un segundo avión que igualmente se incrustaba, mientras la constante reproducción televisada y supuestamente en vivo, nada decía del horror que ya se estaba sintiendo y todo lo que conllevaría después.

Ver que España celebra la fiesta de los Sanfermines con tanta devoción, siguiéndola por los medios de comunicación, invita a repensar este país, a diario resquebrajado por las ideas de izquierdas y derechas, aventadas por extremistas que a ambas tendencias políticas amenazan.

En los actuales momentos sabemos que estamos viviendo un gobierno de izquierda tan atípico como sui géneris están siendo los muchos acontecimientos que generan los diversos mandamases en el mundo, lo que no supondría novedad alguna.

El presidente español Pedro Sánchez a ojos de muchos expertos gobierna sin predicar ejemplo y como administra a través de una coalición, raras son las oportunidades que se le nota coherencia entre el decir y el hacer, para decirlo de otra manera.

Hacer frente a la inflación requiere mucho más que ideas populistas impuestas sin diálogo y aunque ellas justamente buscan crear la sensación de que está trabajando por las mayorías, ello no se percibe porque se toman a destiempo o por lo menos es lo que pareciese.

Es muy cierto que en estos momentos gobernar con las muy hegemónicas redes sociales no debe ser asunto sencillo,  pero la realidad de Sánchez parece ser la del perenne candidato que busca ser reelecto nuevamente a la presidencia, aunque quede año y medio, con la interfaz de que dentro de diez meses se realizaran elecciones municipales y las encuestas hablan de un declive progresivo del  partido socialista y mucho más de sus socios, Podemos.

Pero él gobierna en eterna campaña.

La realidad no solo en España sino en otros países es observar que los hombres que alcanzan tales investiduras entran en cruzada electoral al día siguiente de tomar el poder,  para perpetuarse y santificarse en él. Si la ley se lo permite bien,   si le es adversa comienzan la batalla para cambiarla y buscar  continuas reelecciones.

Chávez fue un ejemplo aunque fue guiado por Castro, quien ni siquiera se tomó la molestia de simular lo que fue.

El poder aquí y en todas partes en seducción pura.

Los venezolanos que tuvimos que irnos de nuestro país somos testigos de lo mucho que se parecen los políticos españoles a los de nuestra tierra, en cuanto a las negociaciones geopolíticas, estrategias y tácticas de guerras soterradas, que se libran en muchos terrenos cotidianos y sociales, sin que apenas se perciban.

También vemos, ya sin asombro, que muchas de nuestras debilidades políticas, sociales y morales a la hora de gestionar los poderes fueron heredados de esta España, cuyos hombres fueron los primeros maestros de nuestros coterráneos a la hora de corromper sistemas creados con principios para hacer mejores a nuestros países.

Entre el calor de este verano, las fiestas de cumpleaños que se celebran en los parques, extraños días nublados a 38 grados, polvo del desierto de Sahara en pleno Madrid,  y un sinfín de fenómenos atmosféricos que mantienen a la población bien entretenida, unida al fuego devastador de miles de hectáreas en pueblos del norte y del sur, se van diluyendo temas trascendentales.

Sigue muriendo gente por Covid a diario. Las variantes de Omicron dan una nueva batalla, pero ni siquiera la desinformación es noticia. De ser primer plano diario casi por un año, ha pasado a casi ser un tema no tratado en los horarios estelares de la televisión, aunque los demás medios, sobre todo los impresos, por lo menos revelan estadísticas que van contando parte de la realidad que a nivel político se ha decidido dejar en espera.

Igual la guerra. Aparte de algunos bombardeos de Rusia a algunas zonas de Ucrania y algún que otro reportaje sin continuidad, sin labor de investigación por parte de corresponsales, poco más se sabe y hay que escudriñar otros medios para conocer realidades sobre todo de periódicos internacionales sobre batallas que ni siquiera aquí se cuentan.

Estamos de verano. España se paraliza. Para el puente de la Virgen se movilizaron 7 millones de personas. En los espacios laborales falta gente, se duplica el trabajo para los que aún no han salido de vacaciones y los que apenas regresan.

En la televisión una vez acabada una fiesta comienza otra. Aquí nunca faltará una reseña de quien hace el mejor postre de pueblo, la mejor mariscada, dónde se siembra la mejor papa y se toma la mejor copa de vino.

La guerra y el Covid ya generan fatiga e indudablemente tienen que irse a veranear, a bailar por las playas donde se celebran los muchos festivales con la llegada de artistas nacionales e internacionales.

Las cifras de la guerra son devastadoras: aparte de las muertes y de la destrucción, de las habituales y desencadenantes lesiones físicas y psicológicas, que está dejando, la inversión en la guerra es apabullante. Se dice que Rusia invierte más de 700 millones de euros diarios en ella, y Estados Unidos, por solo mencionar una parte de esta gran torta de destrucción, invirtió hasta el mes pasado 54 mil millones de dólares en asistencia.

Pero como dice la interprete Karol G., en Provenza, canción que España eligió como una de las más sonadas este verano: “… taba con alguien, pero ya estoy free… puesta pa’ revivir viejos tiempo… no salgo hace tiempo…”. Los ritmos tropicales, afrobeat y reguetón son la mejor fusión de dejar pasar, de mejor pensar cuando regresemos del bochinche, del relax.  

Entonces, veremos.  

Seguro seguiremos tan dementes como locos, curtidos de sol y de renovadas borrascas justicieras.

Las sociedades antiguas y modernas han sido testigos de que los que se benefician de la guerra no se detienen. Los gastos para la supuesta defensa y seguridad de las naciones es indigna y los despilfarros imparables. Por allí circula un avión que reconocen costó mil millones de dólares, capaz de cegar el universo virtual de veinte países a la vez. Poca imaginación puede quedarnos una vez admitamos que el mundo del espionaje y la cibernética escapa a cualquier ser humano que tiene que subsistir a diario para satisfacer necesidades y precarios sueños

Lo curioso de los sanfermines es que cinco cabestros orientan y en cierta forma dirigen a los toros bravos hasta llegar a la plaza de toros de Pamplona.

Sin duda, no es la primera vez que los mansos guían a los feroces hasta sus centros y por lo tanto no deberemos quejarnos de futuros desenlaces.


Foto: https://elpais.com/cultura/2022-07-07/el-primer-encierro-de-san-fermin-2022-en-imagenes.html 

 

lunes, 25 de julio de 2022

Virginia Gal: límite y resguardo

 





Virginia Gal se hizo a sí misma en el mundo de la pintura con dos esencias vitales de trabajo: su fuego creador y su perseverancia mediterránea. De allí que el universo de todas sus búsquedas comenzaran a muy temprana edad descubriendo el poder del color, con todas sus transparencias y difuminaciones, los trazos seguros al delinear paisajes, y la destreza con la espátula para describir las emociones de las aguas, de los árboles crustáceos,  de los conmovedores atardeceres,  de las flores hilvanadas y de las hojas embrionarias; destinadas a conservar los recuerdos temporales.

La serena sensibilidad con la que ha ido  recreando su obra la han llevado por los caminos de paisajes revisados por la memoria, cuando el pulso encuentra la expresividad y nace la necesidad de resolver, en el apretado lienzo, todo lo que se quiere transmitir.

El recuerdo suele dibujar su ancho mapa de luces y sombras. El verdadero artista asume el reto y así comienza la fragua con su sello personal y el dictamen de su corazón, especiados tonos acuarela o vibrantes, que se van mezclando en la travesía de esa gran barca que es la creatividad.

De los muchos viajes realizados por tierras de otros continentes, que tienen otras  tramas y coloraciones, a Virginia le nació esa adhesión espontánea de recrearlos, así como también el rescate lleno de ingenuidad de ella misma, convertida en afable lectora de libros, mientras los títulos recuerdan fechas exactas de genocidios, en las que la humanidad vivió completa oscuridad, tierra rendida bajo el mismo sol, que también nos hace ser los más sublimes.




Por eso ella va hacia la vitalidad y retiene visualmente lo que pocos se atreven: la sonora carcajada marina del Mediterráneo, así como el choque del fuego del Volcán Cumbre Vieja al cortar las aguas del Atlántico.

Tamizar el instante que rápidamente olvidaremos, por efímero, es lo que  se ha propuesto Virginia Gal, en ese incesante ir y devenir que es el arte, capaz de regresar la felicidad nada más tocar su poesía.

Sabemos que la naturaleza no se repite y sin embargo podemos regresar a ciertos paisajes que aportarán al día siguiente parte de lo que el artista no ha podido dominar. Sin embargo, en el impermanente mar lo que se pueda capturar y plasmar permanecerá en el capricho de la memoria. Captado y guardado, el motor conceptual intentará reproducirlo.

En Gal entonces surge una novedad. El expresionismo interior capta la luz del impresionismo exterior, para dejar al espectador frente a la imagen del choque de las aguas enmarañadas, cuando se mezclan azules y espumas, con la virulencia del movimiento. Su tenacidad está en detenerlos justo cuando se escapan.

También está la necesidad de llevar la textura y las flores al límite de un acercamiento innovador, brindado por el color, los planos que de cerca revelan y de lejos contribuyen a amar el recorrido, como claro resguardo de su vivencia más básica.

Es un juego constante en ella: llevar al espectador a otra mirada, a la observación imperante de su naturaleza latente y apremiante, para advertir sobre los otros relatos que se entretejen en los recuerdos.

El tiempo hace al artista experto en reconocer con mayor rapidez, las nutrientes rendijas de luz  y de oscuridad para esconderse para proyectar su universo.

La elasticidad de Virginia Gal a la hora de componer sus obras y la libertad de sus movimientos al encontrar en la naturaleza todo tipo rincones para recordarnos que existen,  es el mejor motivo para celebrar su obra.

Lo cotidiano tiene dimensión brillante, reconociendo  sus capas, fragmentos y matiz multicolor.

 

@viginiagalarte

https://opensea.io/collection/virginiagalarte

https://www.santanaartgallery.com/virginia-gal 

 

 

Virginia Gal expuso su obra a finales de mayo de 2022 en  Santana Art Gallery, de Madrid.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 





domingo, 10 de julio de 2022

Támesis Coquivacoa

 

Lago Coquivacoa, conocido como Lago de Maracaibo

En la primera oleada de calor que hubo semanas atrás en Madrid, por los pasillos del metro de la plaza Sol un par de venezolanos, uno de ellos, con cuatro en mano, cantaban la gaita Sin rencor, con enorme simpatía.

Justo cuando pasaba decían la reconocida estrofa,  con muy buenas voces: “Y así siempre ha de pasar que cada vez que escuchéis, una gaita lloraréis, porque en mi te hará pensar, con bellas prosas que a ti te harán recordar, todas esas lindas cosas que no pudimos lograr…”.

Pese que la letra de esta canción es una segunda despedida por parte de uno de los integrantes de la pareja no es letra ni melodía triste.  Quizás por ello, ellos se rieron al verme porque detrás de la mascarilla yo estaba encantada de encontrarles, de verles, de escucharles, esbozando una amplia sonrisa sin disimulo alguno. Compatriotas que se reconocen mas allá de las apariencias.

Cuando Neguito Borjas la compuso y cantó con Gran Coquivacoa, la gaita era una expresión popular de crítica y protesta social. Al ser esta canción diferente, con su maravillosa letra, su buen deseo en el corazón y la expresividad que siempre han conseguido ellos mismos y otros artistas al versionarla,  la han convertido en todo un clásico de las fiestas decembrinas en Venezuela.

Sin rencor es la revelación alumbrada del amor.

Al par de maracuchos como les decimos nosotros a los nacidos en tierras zulianas,  no los amilanó el calor de esas horas que rasaban los cuarenta grados. Ni que en el sombrero que colocaron en el piso no habían biyuyos, las monedas que todo artista callejero espera le den quienes pasan cerca o se detienen a ver su actuación.  Ellos seguían con toda su fuerza cantando y entregando lo mejor de sí, casi a capela.

La gaita es un género musical nacido en el estado Zulia, donde se encuentra el Lago de Maracaibo y se extraían miles de barriles de petróleo en la época en que Venezuela era otra. Es la zona más calurosa del país, aunque ellos siempre decían que la más fría, porque vivían bajo la protección de sendos aires acondicionados. En las bodegas más pequeñas y sencillas era común ver un moderno enfriador y mucha gente dentro conversando sin ningún tipo de restricciones; bienvenidos eran todos, aunque solo entraran para saludar y sacarse el sopor.

Ya dentro del vagón del metro vi frente a mí sentada una pareja que lucía tatuajes por todo el cuerpo y como había tanto calor, la escasa ropa contribuía a ver que pocas partes de la piel estaban sin tinta.

Me acordé entonces de una compañera de trabajo que estaba muy enamorada de un chico y que no sabía si continuar con él después que vino de Inglaterra con un tatuaje añadido en el brazo. Era un coche simple y puro. Cuadradito y con rueditas. En negro. Sin color y sin gracia, pero eso no era lo que a ella le preocupaba, sino que no tuviera la madurez para tener una relación un poco más comprometida, como ella estaba buscando.

El vehículo lo delató. La movida underground inglesa del tatuaje del auto terminó hundida en el Támesis de la relación.

Diría Neguito: “… Pero una sombra cubrió, nuestro amor y en un momento, de ese bello sentimiento, además de sufrimiento desilusión me dejó…”.

Ella lo superó bebiendo algunas cervezas en unos de esos tantos pubs irlandeses que hay por Madrid, tatuándose en la espalda un vigoroso colibrí.

Pese que no quise ver mucho a mis compañeros de viaje del metro madrileño, para no importunarlos, aunque ellos estaban encantados de que los mirasen, uno de los tatuajes de él me dejó un poco desorientada: en plena frente tenía el rostro de lo que parecía un gato soltando lágrimas negras. Llorando.

Grabado sin brillo y algo perturbador.

Como a lo largo de mi vida he tenido muchos felinos sé que ellos no lloran. Los perros sí pueden soltar lo que podrán interpretarse como lloros, pero no he visto a gato alguno hacerlo.

Puedo decir que sí me han acompañado de manera muy peculiar en momentos de profundo desconsuelo de niña y de adulta también, y su reacción siempre ha sido mantener una cercana distancia sin intervenir, como lo haría un terapeuta en plena sesión de crisis de algún paciente.

Había un hombre cerca de mí que los miraba con mucha más curiosidad. Iba también con un pantalón corto y una camiseta sin mangas, la escasa ropa del ardiente verano, pero no se le veía tatuaje alguno.

Inclusive al bajarse la pareja en una de las estaciones, se los quedó mirando hasta que sus figuras dejaron de verse, tras subir las escaleras automáticas.

Lo cierto es que los tatuajes no son sutiles. Por más delicados que puedan ser, nacen de una inyección de tinta en la dermis, primera capa del órgano más grande del organismo, expresión de mucho de lo que creemos ser.

Nos vamos de la vida creyendo que solo hemos sido cuerpos.

A decir verdad, la piel no tiene necesidad de tatuarse. Ella revela, surco a surco, la carga letal de los sentimientos almacenados sin liberarse.

Ira, rabia, frustración, envidia y resentimiento firman los poros de la piel.

Por eso la risa y la celebración de vivir sin inquina.

Támesis Coquivacoa del sin rencor.

 


Foto: https://www.pinterest.es/pin/393150242441427237/