Al Segar entregando su dibujo que ya forma parte de la colección del Museo Alien de Barcelona, febrero 2018. |
Cuando se escuchan o se
leen los poemas de Al Segar contenidos en un trabajo titulado Penn Station empiezan a corretear, por
la mente, las imágenes icónicas de Nueva
York, viaje de apenas nueve días que hizo el autor, motivo desgranado de su
sentir allí, recorriendo calles, atravesando transeúntes.
Conozco a mi primo Alfredo Segarra (Al Segar) casi de toda la vida. Fuimos presentados el año 2004, cuando vine desde Venezuela, por vez primera, a España, a conocer a la familia que sólo hasta entonces era revelada por cartas, fotos, recuerdos y unas pocas llamadas, en los años que mis padres vivieron allí, mientras nacíamos sus hijos, y el incierto porvenir cernido ahora.
Conozco a mi primo Alfredo Segarra (Al Segar) casi de toda la vida. Fuimos presentados el año 2004, cuando vine desde Venezuela, por vez primera, a España, a conocer a la familia que sólo hasta entonces era revelada por cartas, fotos, recuerdos y unas pocas llamadas, en los años que mis padres vivieron allí, mientras nacíamos sus hijos, y el incierto porvenir cernido ahora.
A kilómetros de distancia,
sabía que era el ser humano solidario, el hombre desprendido, buen hijo, esposo
y padre que es.
Descubrí aquí, además, que
es un artista que se ha hecho a sí mismo tanto en las letras como en los
dibujos.
Me recordó a mi padre Sol,
esposo de mi madre Rusé Segarra, que también se forjó a sí mismo como poeta y
pintor. No tienen sangre en común y las ramificaciones entre ellos (ahora que
los junto y relaciono) han sido sensibles.
No es coincidencia, ni azar.
Son las vibraciones a las
que una, como mujer nacida en este planeta, junta.
Segar invitó a un grupo de familiares y amigos a presentar un CD que contiene los dieciséis poemas, ilustrados con sus plumillas e imágenes de Nueva York, en junio de 2017, en la librería barcelonesa, The sons of Gutemberg, que ahora gestiona Adriá Rod.
Hubo una presentación
sencilla en ese caluroso verano por las ramblas del Raval, donde todos coincidimos
en el amor, respeto y solidaridad. Alfredo así lo despierta.
- - Me
fascinó Nueva York. Por algún motivo esa ruidosa ciudad ejerció un extraño
influjo sobre mi persona y sobre mi creatividad.
- - He
escogido titularla Penn Station ya
que cada mañana, nada más poner un pie sobre la Séptima avenida, la estación
era nuestra primera visión, ya que nos alojábamos justo enfrente de ella. Este
es mi particular homenaje a la ciudad que nunca duerme, seguramente, con los
errores de percepción que conceden unos escasos nueve días preocupado tan solo
por disfrutarla.
- - Cada
noche, de regreso al hotel, escribía los esbozos de cada uno de los textos de
esta obra y trazaba los bocetos de las ilustraciones que los acompañarían. Ya,
de regreso a casa, me prometí darle la forma definitiva y regresar algún día a
Nueva York con Penn Station, en la maleta.
Les dio forma de poemas,
pero la verdad es que son narraciones poéticas: no dejan de contener las
imágenes y el filo emocional que todo poema derrama. Sin embargo, se sujetan de
la necesidad de explicar y contar.
Al Segar representa a esa
gran urbe con las percepciones icónicas que los medios de comunicación
transmitieron desde el siglo pasado sobre Nueva York. La memoria colectiva
de nuestros padres, herederos de un mundo roto, tras la superación de dos
guerras mundiales y, en el caso de los españoles, de una guerra fratricida (la
segunda, después de la Carlista), intentó
apagar los destellos de las almas y los corazones.
Tuvieron y necesitaron creerse
que allí estaba esa isla de manzana por mar, de sueños sobre las derrotas.
Por eso triunfaron en la
postguerra las películas de baile, de ensoñación y las ficciones de algo más
allá. Entretuvieron; igualmente frustraron.
Del poema Imagine (En recuerdo a John Lennon), Al Segar, escribe:
“… Entro en Central Park.
Abedules rusos.
Arces canadienses.
Cedros israelíes.
Narcisos holandeses…
Todos unidos como te
hubiese gustado…”
Los trabajadores que hicieron
la plaza en homenaje al compositor inglés juntaron árboles, flores y pequeños
mosaicos de piedras circulares, con la palabra Imagine, en el centro. Parece
cerca, pero está lejos. Nadie lo asume. No pasa desapercibido para su alma poeta.
No supieron lidiar con un
soñador vivo. Con uno asesinado tampoco. Todo lo vinculan y pertenece al marketing. A Eva, la manzana, el
pecado del sexo: ¡La cosa más practicada en el planeta! … ¿aún lo es?
Los hombres que se
autodenominan verdaderos, por muy machos que sintieran y se hubiesen plantado
en un cuadrilátero como pugilistas, como mi maestro Manuel Bermúdez, al visitar
Nueva York, ya mayorcito, padre de sus
hijos, de más de 40 años, se orinó de miedo, según confesó en el taller de
literatura que hicimos con él cuando estudiábamos narrativa en la universidad.
La soledad que vivió al estar, curiosamente con tantas (e indeferentes) personas; mínimo en la jungla de rascacielos, le hizo sentirse un niño indefenso, que también lloraba al regresar al hotel.
La soledad que vivió al estar, curiosamente con tantas (e indeferentes) personas; mínimo en la jungla de rascacielos, le hizo sentirse un niño indefenso, que también lloraba al regresar al hotel.
La primera vez que se va a
un sitio no se conoce. Es como si una banda de cuatreros (pistolas humeantes
incluidas), debilitaran nuestros sentidos para mostrarnos la irrealidad de todo
cuanto se nos cruza por el camino. Somos capaces de ver el cielo en el infierno,
si así lo queremos. Y viceversa, por supuesto.
Al pasar los años
(deberíamos imponernos no regresar a los lugares visitados); no sólo no son
iguales a lo recordado, sino que son distintos, como si un azar misterioso y
perverso, los hubiese cambiado para hacernos sentir el desperdicio de estar
nuevamente allí.
El agua ya no es dulce, el
pan no es tan delicioso, el árbol al crecer desgarró el paisaje y además
deseamos cambiar hasta la nostalgia que nos hizo regresar, inútilmente.
Muchas veces sentí a
Lennon, antes y después de morir asesinado,
en mi casa de Carmen Aurora Uria, en el estado venezolano de Vargas ,
frente al mar Caribe, junto a mi hermano Oscar, melómano prodigioso y sensible
al amor universal. Él creyó (como muchos) en su sueño. Los que no lo profesen
están más muertos.
Oyendo la canción, a su
lado, mientras colocaba la aguja de diamante en el tocadiscos, con los ojos
bañados de la luz de las lágrimas, supe que estábamos un poco más cerca del cielo.
Todavía lo sostengo como
la mayoría cuerda, como Al Segar, aunque
los diez locos que nos gobiernan y las quinientas familias todopoderosas y
dominantes del planeta, trabajen por hacernos creer que la destrucción del ser,
es el único camino a seguir.
Lo perdurable es lo bueno.
De lo negativo no recordaremos nada, cuando germinemos, la semilla cuántica
(espontánea e instantánea) por la cual vivimos y respiramos. En este presente,
apenas la rozamos.
Los sueños de las jóvenes
que van hacia las grandes ciudades quedó reflejado en ese espacio cinematográfico
encumbrado hasta la saciedad en las películas románticas, en el poema, Grand Central Terminal:
“… convencida de traer
consigo,
desde donde quiera que
venga
la fórmula para triunfar
en la gran manzana…”
Hallar en las calles de
esta gran ciudad al joven español que tenía el sueño de hacerse músico,
sobreviviendo con su guitarra, tras lo que parece ser el rudo paso del tiempo, también
fue otro de los milagros vividos por Alfredo, en Manhathan.
“No merece la pena
desenterrar fantasmas…” escribió sobre El
sueño de Bobby, en un guiño que podemos reinterpretar, en el aliento nada
cohibido de la memoria.
A Al Segar esta isla le indujo
el deseo creativo por contar; por hacer el amor, por sentirse vivo, necesitado
y colmado, a la vez. Dedicado en El Verso de Manhathan:
“… poemas extirpados a mi
viscosa fantasía.
Todos parecen salir
impulsivamente de mi mano;
solo tengo que ponerla
sobre el papel para que fluyan.
… Tal vez aquí sea donde
se cumpla lo que algunos aseguran,
eso que dicen sobre que
viajar ayuda a encontrarse a uno mismo…”
En el verso Lorcalizado, esa bendita condición
espiritual que nace por escribir hace que se sienta Segar en deuda con el
universo que le brinda esa rara y milagrosa condición de compartir:
“… en el profundo impacto
emocional
experimentado en Nueva
York,
y de que todo ello,
igual que debió sucederle
a él,
me siento en la obligación
de escribirlo…”
Compromiso que siempre
agradeceremos los otros, los que estamos del otro lado, necesitando fluir, como
la luz del sol, por los áticos maravillosos de las imágenes.
Todos los seres humanos
alguna vez sentimos que no pertenecemos a la ruda condición que impone la
realidad. Los artistas lo sienten primero que muchos, por ello el don que tienen
lo van desarrollando para ir sobreviviendo y encantar a la intangible energía
del universo.
Lorca, Lennon y la misma
Gran Manzana no pertenecen a nadie y a la vez son de todos. Poesía, música y
espacio que se retroalimentan.
“… en la abigarrada
densidad de esta ciudad
ruidosa pero relajante;
actuando sobre mis
sentidos
como turbadora estimulante
emocional.
No me siento tan viejo como
en Barcelona,
ni tengo la sensación de
desperdiciar mis días.
Tan solo tengo ganas de
descubrir
por donde le voy a pegar
el siguiente bocado
a la gran manzana…”
Al salir de allí de la
magia o la suciedad, de la paz o la violencia también reconoce el cierre de un
capitulo que le remite al cotidiano:
“… somos los mismos
figurantes en diferente escenario,
ganándonos la vida en lo
que podemos…”
Las imágenes icónicas de
Nueva York saciaron al turista que reconoció sus símbolos. Las extremidades de
la ciudad quedaron intactas. Mejor así. La inocencia tiene mayor trascendencia.
A la autoría de Penn Station hay que sumar las
colaboraciones de Agustín Gálvez, productor del CD, Martin y Plata, y la voz
que va llevando los poemas, Jesús Vera.
LONELY
STRANGER (Al
Segar, poema 7 de Penn Station)
Tendemos a ensalzar, a
idealizar, a encumbrar lo que nos sorprende.
Suele suceder entre tipos
como yo,
los de disciplinada e
intrascendente existencia.
Llego a Nueva York con mi
generosa visa, mi obtuso hechizo,
y la personificación
nacional del tío Sam en mi subconsciente;
barras y estrellas
ondeando en mis sueños a cabezadas
de vuelo transoceánico,
turbulencias, menú de aerolínea y jet lag.
Primer contacto de
forastero con autóctonos estadounidenses.
Tiburones de ciudad. Tipos
enormes. Hamburguesas grandes.
Tipos enormes
devorando hamburguesas
grandes
como tiburones de ciudad.
Me dejo llevar por lo
idealizado;
por el imaginario
esplendor de lo desconocido;
con el bolsillo deseoso
por gastar en productos yanquis,
y mis manos ansiosas de
mercancía americana,
eso sí, made in China
como el Tag Heuer
falsificado
que acabo de comprar en
Chinatown.
Cuando templa mi
entusiasmo
y se suavizan mis ideales
de grandiosidad
aparece cual Jekill y
Hyde,
la doble personalidad de
mi alter ego,
el analítico, el crítico,
el moderado;
el censor de lo
averiguado;
el presunto investigador
sociológico
que pretende alcanzar
conclusiones de pensador;
ese Al Segar observador,
inquisidor y juez,
que escribe siempre fustigando
procederes,
utilizando la pluma
como escalpelo que
disecciona conductas y prácticas
a modo de presunto
cirujano social
dedicado a sancionar
ilegítimamente vidas ajenas
en lugar de poner en orden
la propia.
Poco tardo en desmantelar
mi matrix,
mi exclusiva colección de
esquemas neoyorquinos
hasta ahora tan solo
visionados en películas y series.
Unas pocas horas me han
bastado para capitular conceptos.
Conjeturas, sospechas y
dudas
exhibidas ante mi atenta
mirada de desorientado forastero,
de efímero visitante
deslizándose entre las ruidosas calles
con pasos prudentes sobre
las desconocidas aceras
de una cautivadora ciudad,
de un seductor país.
Pero mi natural ascetismo
acude con su habitual empeño
pidiéndome el alejamiento
de las masas,
exigiéndome huir del
acelerado torrente humano
que parece arrastrarme en
dirección contraria a la prevista.
Necesito más calma, más
tiempo para asimilar;
una tregua emocional.
Al Segar me pide bucear en
otras aguas,
reclamándome profundizar
en las entrañas,
instándome a investigar
sobre otros asuntos
que el despreocupado
turista prefiere eludir.
Necesito descubrir,
analizar, razonar,
poder escribir sobre algo
substancial.
Mi maldita vena literaria
de nuevo al acecho.
Indago en mi guía de
librería.
Creo haber encontrado lo
que busco.
Despliego mi mapa de
turista.
Estoy cerca. Me sitúo.
Me oriento, y comienzo a
caminar.
Llego al Meatpacking,
en el histórico barrio de
Greenwich Village,
cuna de la generación
beat,
al oeste de Manhattan,
cerca del río Hudson,
antes una zona de
mataderos, ratas y extraña fauna humana,
hoy lugar en boga con su
highline,
sus restaurantes de moda,
y sus locales de ocio
nocturno para gente guapa.
Pero entre tanto glamour y
derroche
todavía se pueden
encontrar descompuestos callejones,
reminiscencias del pasado
sobre cuyos adoquines
se reflejan las mágicas
luces del atardecer.
Escucho una triste
canción.
La reconozco. Me gusta el
blues.
Se trata de Strange fruit
de Billie Holliday.
Me acerco. Sí, ahí está lo
que busco.
Una vibración me recorre
el espinazo.
Un viejo callejón, unos
deformados cubos de basura metálicos,
la puerta trasera de un
restaurante, una huérfana farola,
y bajo las escaleras de
incendio de un nostálgico edificio de apartamentos,
junto a un charco oscuro
como su piel
le veo sentado en un
desastrado sillón con su guitarra.
Me ignora. Continúa
cantando.
Me siento enfrente, en el
bordillo de la acera.
Lo hace realmente bien.
Concluye su música. Le
aplaudo.
Me mira.
Me sonríe con una
reverencia de cabeza
descubriéndose de su
rancio sombrero.
Es viejo, de canoso
cabello ensortijado,
gafas oscuras y desaliñado
en el vestir.
Se cubre de nuevo,
humedece los labios con su
lengua,
ajusta las clavijas de su
guitarra
y comienza una nueva
canción.
For you, me la dedica con
su rota voz negra.
Sus expertos dedos
desgranan con habilidad los primeros acordes.
Se trata de Lonely
stranger (solitario forastero) de Eric Clapton.
En el punto preciso
empieza a cantar.
Me quedo atónito
escuchándole,
ajeno a todo,
piel de gallina,
disfrutando del momento,
de su talento, de su arte,
de no necesitar nada más
para ser feliz.
Me siento satisfecho y
confiado
con absoluta seguridad
de haber encontrado algo
substancial sobre lo que escribir,
mientras la noche cae a
ritmo de blues
sobre las fastuosas calles
de Manhattan.
Enlaces:
https://youtu.be/tIEj9k0Hcd8
http://alsegar.blogspot.com.es/p/el-secreto-de-la-daga-de-los-7-dioses.html
https://josocsantboi.wordpress.com/tag/alfredo-segarra/
https://lletraferitsdesantboi.wordpress.com/category/relatos-de-alfredo-segarra/
Enlaces:
https://youtu.be/tIEj9k0Hcd8
http://alsegar.blogspot.com.es/p/el-secreto-de-la-daga-de-los-7-dioses.html
https://josocsantboi.wordpress.com/tag/alfredo-segarra/
https://lletraferitsdesantboi.wordpress.com/category/relatos-de-alfredo-segarra/