Dibujo de Al Segar |
En esa nueva y aparente necesidad
recubierta de papel de aluminio, que parece estar diciéndonos que debemos
regresar a la normalidad como si esta condición, antes no la hubiésemos
advertido como triste y caducada, la
gente se tomó un respiro mientras la pandemia seguía transcurriendo y cual
muchachitos de un recreo escolar, está costando que regresen a las aulas de la
moderación y la cordura.
Las calles de Madrid
abarrotadas de gente desde el mes de noviembre, mucho más este diciembre, y tras
el puente de la Constitución, se dispararon los casos de la cepa Ómicron, con
un crecimiento exponencial de registros, sin que las comunidades con sus políticos
a cuestas, logren ponerse de acuerdo, ni haya un orden racional para todo
cuanto está ocurriendo en esta nueva crisis sanitaria.
Debido a la pandemia, la
atención primaria básica se ha transformado en llamadas telefónicas por parte
del médico de familia que debe remitir los casos a especialistas si así lo
considera y en este nuevo juego de acción, han aumentado las demoras, listas de
espera para intervenciones quirúrgicas aplazadas a un año, dos años o más, y un
creciente volumen de personas que buscan ser atendidas en emergencias de
hospitales, repletas ahora también por el mismo mal que ha originado todo este desconcierto.
Como el factor vital ha
sido la recuperación económica de la
hostelería y el turismo más que la salud de la gente, apresurados como estamos
de volver a hacer los mismos tontos habituales, así estamos, dejando por donde
nos llevan los acontecimientos porque tenemos derecho a saciar todos y cada uno
de los caprichos que deseamos.
Las grandes ciudades
tienen eso: doblez. Por un lado se observan a los que disfrutan, o parecen
hacerlo, mientras otros tienen que trabajar para que ello sea posible.
Cuánto mas repleto un
restaurante más se siente la presión de quienes hacen posible su éxito: rostros
alertas, tensos por más que sonrían, movimientos de estrés y los desapercibidos, se intuyen para un momento de placer.
Todo el trabajo en una gran
ciudad huele a una tolerable sincronicidad con el miedo. Intentar no vivir
crisis que imposibiliten la sobrevivencia en ella.
España, reina de tapas, y comidas
generosas, con menús degustación, capaces de combinar treinta platillos
diferentes, con su correspondiente maridaje, vive de un consumismo enarbolado
por las necesidades que aumentan los medios de comunicación social.
En las televisoras
principalmente, hemos visto de buena parte del tiempo hasta este 2021 cómo los
programas dedicados a la cocina, a la
comida son instrumentos para aumentar la insaciabilidad.
Al mediodía cocinan, en la
noche muestran a toda la audiencia, la España que hace dulces, que hace
platillos especiales, en restaurantes finos, caseros, Michelin, de hoteles o de
carretera. En la semana el reality culinario MasterChef, se regodea en un
descarado intento por hacernos creer que allí vale todo en nombre del show y
han creado versiones con seleccionados después de intensas castings (quince
elegidos de 9 mil participantes, por ejemplo), con ediciones que no solo
implican al cocinero amateur sino a los famosos, niños, amas de casa y abuelos.
Todo un negocio alrededor de la comida que invita más bien a dejar de comer.
Hace tiempo atrás conocí a
un dueño de restaurante pequeño y privilegiado en el mejor lugar de Caracas,
quien sin conocerme mucho me contó cómo aumentaba el precio de los platillos
conforme las temporadas y cómo al momento de probar los platos antes de
servirse era capaz de gritarle al chef, mucho mayor que él, francés y famoso,
cuando algo no había salido bien en los fogones.
Me negué a ir al
restaurante pese a su generosa invitación.
Si alguien grita y
martiriza a otro en una cocina mejor ni acercarse a ella.
A estas alturas sabemos,
que hemos masticado mucha rabia, insatisfacciones y gritos ajenos, amén de lo
que pueda haber mucho más allá de la apariencia seductora de saciar el hambre a
su hora; y en la elegancia o acartonamiento de los espacios.
MasterChef es una
franquicia televisiva que en Madrid tiene hasta restaurante físico, que vende
todo tipo de cosas, desde la emisión del programa con sus tres protagonistas
con negocios individuales, hasta
sartenes y juegos de ollas, cucharas y trapos. Todos la advierten como una
exitosa marca de consumo.
La forma de conducirlo ha
variado y en nombre del espectáculo han presentado el programa con el mismo
formato, estirando el show: MasterChef Junior, Celebrity, Family, Abuelos y ediciones
de aficionados, enseñando la presión y la dictadura como métodos para
obtener un plato de comida aparentemente decoroso.
Por primera vez, tras
permanecer en el top ten de la
audiencia, el programa sufre un revés, que aunque muchos ya lo hubiesen
presentido, se toleraba, por esa barata formula cómoda de aguantar cualquier
cosa de los medios.
La actriz Verónica Forqué,
que había estado en el plató de MasterChef Celebrity 6, retirándose por motivos
personales, apagó su vida, para tristeza de todos los que reconocimos en su
rostro al mejor cine español.
El cuestionamiento es por el
estrés que sufren los participantes, la producción que ejecuta, cara al
espectáculo, una forma de llevar a todos y cada uno al límite, cosa que sin
duda se observa en todos los programas, en los rostros de los participantes,
muchos consumados en actuaciones.
Pero también están esas
otras interrogantes que nos hacemos desde hace tiempo…. Estos programas que
hacen más ricos a unos pocos, que aumentan el hambre, la necesidad de saciarnos
sin necesidad, de consumir productos más caros y casi innecesarios para nuestra
verdadera alimentación… ¿contribuyen a algo bueno y decente?
Mientras el primer mundo
come de más, con estos banales ejemplos a diario y de forma continua por este
medio de comunicación masivo y alienante como es la televisión, el resto del
mundo sufre hambruna y problemas de nutrición, con millones de niños que mueren
anualmente y sobrevivientes de este desequilibrio mundial, afectados el resto
de su vida, con retraso en su crecimiento y sistemas inmunológico y cognitivo.
El hambre moviliza a la
gente, desplaza a millones de su
terruño, creando problemas de todo tipo, en ciudades, fronteras y países que no
están preparados de recibir; forzados a hacer lo que ni siquiera hacen con su
propia gente: aumentarles su calidad de vida.
Aquí mismo en España una
enorme parte de América trabaja para poder sostener familias que en su país de
origen no pudieron: argentinos, bolivianos, colombianos, chilenos, ecuatorianos, hondureños mexicanos, paraguayos,
peruanos, nicaragüenses, salvadoreños y venezolanos,
por nombrar una buena parte de mano de obra extranjera y, en muchos casos con
doble nacionalidad, que permite el engranaje de una nación.
Sobrevivimos. Agradecemos.
Nos apartamos del hambre, la miseria social y psicológica de los gobernantes de
nuestros países de origen.
Justo por saber de dónde
venimos no caeremos en las trampas de donde estamos.