El jueves 14 de este mes de octubre en los espacios de la galería del Instituto Docente de Urología de La Viña el artista Rolando Quero dio a conocer su último trabajo en el que muestra una vez más su talento, abandonando el color.
La plasticidad de su expresión ahora es blanca. Sus texturas van definiendo grosores e imágenes abstractas que permiten al espectador descubrir el universo menos experimentado por Quero, quien por muchos años trabajó con fondos de nuestro petróleo que se abrían para armonizar una gama sin fin de luces, contrastes y fuerzas eclosionadas tanto de las destrezas como de las misma evolución del ritmo perseverante de su obra.
Su blanco no muestra timidez alguna. De hecho, dentro de sí, se esconde algo no manifiesto. Cubre toda la superficie pero la ebullición de los trazos, junto a los relieves, los grumos, los círculos y las formas de composición del lienzo ofrecen una nueva lectura.
El blanco de Rolando Quero sangra desde su profundidad. Es un blanco sutilmente transgresor que revela inquietud de alma y espíritu, en algunas de sus piezas.
Hay otras, más sutiles, llenas de gracia, que van creando efectos en el espacio, ofreciendo dimensiones que salen a jugar, a romper esquemas e inclusive intentan generar el efecto de salir de sus propias dimensiones hacia fuera. Círculos y fuerzas mimetizadas con su origen que desean expresarse en la dimensión real, muerden la verticalidad para anunciar su protagonismo y esencia.
Quero viene de haber realizado este año “Sueños de Jungla”, de gran colorido manifiesto, para celebrar los 50 años de la creación de Brasilia, una ciudad armoniosa y vital, en la que dio a conocer todo su potencial en el “Templo de Buena Voluntad”.
Después de ver verdes, azules, anaranjados y amarillos cruzando el río de la vida que construyó el artista para definir esa selva cargada de sonoridades y misterios, este blanco es la nueva iluminación dentro de su constante búsqueda, infinita en la creación.
En el catalogo de la muestra explica este incansable artista plástico: “A principios de los 80’, en Bordeaux, Francia, para mi se abrió un abanico inmenso en el mundo que siempre soné de las artes plásticas. Una ventana, por donde, de repente, una luz con paleta de arcoiris me hizo comprender lo que era el color, el dibujo, la escultura. Eran otros conceptos los que yo arrastraba de mi Venezuela natal, de donde llegaba, con pocos estudios sobre el arte.
Armando Reverón, Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, entre otros grandes pintores clásicos, fueron mis grandes guías del conocimiento, formando parte de mi bagaje cultural, mientras arribaba a un nuevo país, cuna de los mas grandes movimientos artísticos de los últimos tiempos.
Esos primeros estudios de arte me conducirían a ese largo y arduo camino que me esperaba, un camino lleno de luz, ilusiones y nuevas perspectivas en ese mundo lleno de retos y metas.
Nunca he olvidado aquella mujer de unos 50 años, mi primer modelo desnuda, con sonrisa de complicidad, rodeada de todos nosotros, aprendices jóvenes que nos ponían a prueba para asegurar nuestra estancia en aquel edificio del siglo XIX que es la Escuela de Bellas Artes de Bordeaux.
Emociones y nerviosismo nos acompañaban y yo el único extranjero del grupo.
Seria el comienzo de tres años de aprendizajes; no eran los conceptos conocidos de dibujo, color, de materiales que había realizado en San Juan de los Morros o en Trujillo. Era otra realidad, diferentes materiales, técnicas que jamás pasaron por mi mente en mi adolescencia. Cada día estaba lleno de nuevas emociones, nuevos encuentros con mi meta: el arte.
Y así transcurrían los días, entre vivencias, retos y profesores. Anécdotas ilusorias que nunca faltaron.
Entre otras propuestas que solían hacernos nuestros maestros estaba buscar, entre las basuras, objetos con el fin de intervenirlos y transformarlos en obras. Hago este preámbulo remontándome a lo que fueron mis primeros estudios de artes plásticas y bellas artes en Francia para conocer de donde viene mi propuesta sobre el blanco.
Surgió, precisamente, de estas investigaciones que hacíamos con todos aquellos desperdicios que solíamos buscar”.
Toda búsqueda artística jamás acaba. Es un reto, un crecimiento, una flor que se expande día a día; una constante transformación de energía. Peticiones y respuestas diarias del universo. A nivel humano también se puede decir que la personalidad de Rolando Quero lo ha convertido en una especie de promotor de las obras de muchos otros artistas porque su generosidad así lo puede abarcar, por lo que goza del respeto y el reconocimiento natural de todos los que trabajan en este oficio, difícil por demás.
Foto cortesía de José Antonio Rosales