No sigo juegos digitales.
Soy de otra generación. Pero tengo que confesar que le pregunté a mi hijo cómo
era qué se cazaba un Pokemón, de acuerdo a los últimos acontecimientos noticiosos
y la insistencia fallida, como periodista, de querer saber todo cuanto sucede, para
a la final decretar, dentro de mí, que hay
poco inspirador, por mas eventos que se
autoproclamen serlo.
Había leído tantas
informaciones que mi interrogante tenía que ver con saber quién había
“sembrado” (argot policial) o colocado, esos bichos por allí, donde quiera que
son atrapados. Me imaginaba un enjambre de ociosos colocando a esos
“monstruitos”, en cada lugar, verosímil
o no, por los que aparecen.
No había entendido que era
asunto virtual. Mi hijo hasta me hizo copiar el juego para que en mis ratos
libres empiece a mover las piernas, cazando esas cosas tan raras que entusiasman
a tanta gente en el mundo. No tuvo mucho éxito su intención porque al día
siguiente borré sin piedad la gran proeza de haber cazado a un tierno-maligno
Meowth, cuando estaba delante de mí, interrumpiendo mi paso, hacia un
maloliente río empozado.
Sin culpa, saqué el escaso
éxito de mi record y nada pasó en el mundo real ni en el imaginario.
La realidad virtual acecha
al hombre desde siempre. Basta con abrir un libro y, al leer, observar que en
nuestra mente la ventana del relato cobra vida. La descripción y la narración
de los sucesos hacen que cada quien lo perciba en ese espacio intemporal que no
sabemos dónde está, que no se puede palpar; especie de sentido maestro al que toca
desarrollar.
Verse en un espejo, mirar
el paisaje de un rio o un atardecer en un mar tranquilo como el que se respira
en agosto en casi todos los lugares del planeta son ejercicios cotidianos
reveladores de que la realidad virtual es una constante, fijada e inadvertida,
buena mayoría de veces.
La mente conserva el gran modelo
de la virtualidad. Desafía y buena mayoría de veces juega a guiar y desenfocar todo cuanto
queramos profesar o descreer.
Los recuerdos son parte de
lo mismo. ¿Cuántas veces llegan, se repiten,
e incluso adoctrinan buena parte de lo que se pretende entender o profesar de
la existencia?
Las ondas
electromagnéticas generan la virtualidad (en cuanto a la realidad construida
mediante sistemas o formatos digitales) más cotizada de la humanidad y aunque
todavía tenemos mucho por aprender del conjunto de tejidos interactivos de las
redes, a las que siempre tendremos que observar con sospecha, por sus orígenes;
hay que reconocer que se usan para asuntos no tan banales, como en un anterior
artículo comentábamos sobre Facebook.
Si bien es cierto que
muchos lo usan para generar una especie de diario (borrando su rol intimista)
para compartir y generar reacciones, cualesquiera que sean, hay personas o
grupos que interactúan socialmente para también organizar respuestas, levantar
conciencias y forzar el despertar de la insustancialidad, que siempre será un
buen intento.
Permite lo virtual conocer
y enfrentar. Observamos planetas desde distancias de años luz pero no vemos lo
más importante: lo que tenemos delante de nosotros, porque la necesidad de trascender hasta dentro de la misma trivialidad, revela la gran necesidad global de cambiar
paradigmas educativos y comunicacionales.
Otro asunto tiene que ver
con la necesidad de almacenar y
resguardar la virtualidad porque ella tiende a irse de las manos con
mucha mayor rapidez que otros muchos soportes inventados por el ser humano.
El héroe principal, Pikachú
Yellow, tiene círculos rojos en ambos cachetes y es un dibujo animado bastante
tierno. Sin embargo, como los juegos
crecen, mientras sean negocio, hay
alrededor de 721, incluidos unos personajes llamados Acero y Siniestro. Los
entendidos en el juego recomiendan huir de los Pokémon salvajes, siempre.
Encargo oportuno para
cualquier país de la faz de la tierra.
Por supuesto, como en
nuestra Venezuela vivimos realidades
paralelas, inyectadas desde los equidistantes polos terrestres, aconsejo evitar
otra más. A la final, estos bichos no vienen a traernos comida. Por el
contrario, algunos se ven bastante ávidos
de poder. No es que tengan sed o ganas de alimentarse con nuestros ya escasos
recursos, es que tienen la ambición de
quedarse, en la existencia aparente, opuesta a lo real, en lugares
insospechados donde deben cazarlos y, eso es, desde ya, un deseo muy
revolucionario que no admite el código binario de la luz, sencillamente, porque
no podremos controlar las muchas maldades que se avecinan (Notitarde, 07/08/2016, LECTURA TANGENTE).-