Menina Inmigrante, Rayma. |
En Venezuela existe la
espiritual creencia que nace gente indomable. Los venezolanos que se han quedado allí y los
que ha tocado emigrar, de alguna u otra manera,
hacen lo mismo: imaginar un mejor porvenir.
Por las calles de Madrid,
en esa enorme borrachera de gente, se escucha venezolano. El acento viaja en
autobuses, coches particulares, metro y trenes.
Con autenticidad,
discreción o sin ella, la cadencia de
expresiones muy nuestras, comienza a ser voz cotidiana entre el grupo de
españoles y extranjeros que habitan y visitan la gran capital. Igual ocurre en
otras muchas ciudades de España donde en los últimos años ha crecido el número
de coterráneos buscando mejor calidad de vida.
En Venezuela, los
políticos fingieron libertades y democracia como lo hacen en casi todo el
mundo. Empezaron a construir nuevas bases de un proyecto demagógico y
virulento. Terminaron cavando túneles y trincheras; tapando, a discreción,
entradas y salidas.
Pero los seres humanos
somos manifestación sorpresiva de sobrevivencia. Nuestra evolución depende del
movimiento, del desplazamiento, de la búsqueda creativa.
Sin sorpresas ante la gran
cantidad de compatriotas observamos, a las siete de la mañana de un día
cualquiera, a bordo del tren que
comunica la ciudad de Aranjuez con Madrid, a una muchacha sacando del bolso, envuelta
en papel de aluminio, una arepa rellena, para luego comérsela tan a gusto.
Al igual que otra, en un
autobús, mordiera un sándwich de jamón y
queso, no tan común entre los españoles que desayunan bollería industrializada o pan con tomate
y aceite de oliva.
Así como desde hace tiempo
se pueden comprar productos latinoamericanos
de Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, los hay ahora de Venezuela. En una
esquina, en una bodega de chinos (llamadas de alimentación) venden Cocosete y
en Mercadona se consigue nuestra Maltín Polar. En las bodegas latinas ya es
normal su venta.
Hay una franquicia de
arepas en las principales ciudades que
se ha vuelto bastante popular y también se ofertan empanadas, junto a las
cachapas y tequeños en mercados como Las Maravillas y en modernos food trucks.
Hay incluso unos
venezolanos que preparan los tequeños
con calidad gourmet y algunos ofrecen hamburguesas y perros calientes al mejor
estilo venezolano, inundadas de salsas, con mucho más sabor.
Ni qué decir de los
músicos que desde hace muchos años se dedican a brindarles a los viajeros del
metro lo mejor del repertorio de nuestra música criolla. Con cuatro, guitarras y maracas van llenando de calidez las calles
y rincones de unas tierras que se sienten frías frente a nuestra idiosincrasia.
La sangre venezolana es
energía llena de talento por la superación.
Venta de arepas en plaza del Ayuntamiento Fuenlabrada. |
La canción “Un poquito
más” (interpretada por Delia) que marcó a una generación de fumadores venezolanos con el lanzamiento de
un nuevo cigarrillo llamado Derby, análisis de los alumnos que estudiaban en
universidades comunicación social, se escucha en el metro de Madrid, cantada por
un venezolano, con voz maravillosa y mucha dignidad.
Canciones de Chino y Nacho
con guitarra y onda melodiosa, composiciones de Guaco con toques de cajón flamenco, de
Ilan Chester y Yordano, y clásicas de
Simón Díaz, Reynaldo Armas, con un ritmo
joven y refrescante, hacen que vayamos destilando nostalgia, no tan buena
compañera, cuando hay kilómetros y un mar tan ancho y grande de por medio.
Las chicas y chicos más aplaudidos
que aprendieron en nuestro Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e
Infantiles de Venezuela, también revelan los acordes gentilicios en los lugares
más visitados de las principales ciudades de España. La Gran Vía, la plaza Sol,
Callao y la larguísima calle Alcalá (apenas en Madrid) testimonian y
expanden la vibración autentica de
nuestros talentos que se dimensionan con los otros muchos lugares del planeta
que igual historia acontece.
Es casi común encontrar a
Venezuela en todos ellos y también en un matrimonio que se presenta, de vagón
en vagón, diciendo "somos venezolanos", ella con un cuatro muy viejito y el con una trompeta de bolsillo con
sordina, para intentar ensoñar con las composiciones de los grandes boleristas latinoamericanos.
También conmueve que músicos de Bolivia, Ecuador o Perú con
flauta de pan o con una simple quena interpreten Caballo Viejo de Simón Díaz o
Moliendo Café de Hugo Blanco a los viajeros que se desplazan para ir a sus
trabajos o a cualquier lugar.
Siempre en los latinoamericanos,
hay gestos de amabilidad, una sonrisa y bendiciones para los viajeros. Una
chispa que revela otra cosa frente a la desarmonía de los días que para
nosotros mismos hemos inventado.
Sabemos que la historia
tiene poco de inédita. Parece ser un ciclo de repeticiones. Si bien es cierto
que nada de lo que estamos haciendo los venezolanos por el mundo es distinto a
lo que han hechos todos los que han emigrado -llevar su cultura y su pedacito de
tierra a donde quiera que van- lo novedoso es que un pueblo que no se planteaba
emigrar porque no existían razones para hacerlo, lo haga con ese sentido que nos caracteriza “de echar pa’
lante”, y adaptarse a escenarios
iluminados y oscuros, a la vez.
Trabajos que desechan
otros, a bordo de bicicletas para repartir comida, cocinando, limpiando,
atendiendo a personas mayores, inventando y viendo negocios por todos lados con
el coste del noviciado incluido, para arriba y para abajo, con o sin el carrito
de la compra; haciendo fila para pedir refugio, comida e interactuando con las
redes sociales que van informando de
centros de ayuda y empleos de todo tipo, los venezolanos van encontrando
correspondencias en la ya difícil condición de emigrante.
De camino a casa puedes
encontrar a una mujer venezolana, desapercibida y concentrada, con audífonos que aquí les
dicen cascos, viendo frenéticamente en el móvil (celular), la novela Angélica
Pecado con los muy jovencísimos actores que en su momento la protagonizaron. Otros no se despegan de noticias sobre Venezuela y cuando hablan por teléfono piden o dan la bendición.
En el mes de noviembre en
la plaza Pedro Zerolo, en pleno otoño, vimos cómo estaba, mojada por la lluvia de ese
día, la Menina Inmigrante de Rayma, artista y caricaturista venezolana.
Este año fueron 54 esculturas dentro de la exposición urbana Meninas Madrid Gallery repartidas por
todo la ciudad, proyecto trazado por Antonio Azzato, homenaje a la obra maestra de Diego Velásquez.
De cuerpo y falda corsetada,
blanco y plata, resaltaba el dibujo de
corazón tricolor y las venas como vía de escape, en apenas una de las interpretaciones que se le puede dar a la propuesta latente de Rayma.
Todos sabemos el precio
hoy más que nunca de la libertad.
Igualmente la instalación
de una artista llamada Sol Calero en la Casa Encendida titulada Bienvenidos a Nuevo Estilo concebida dentro de un
salón de peluquería y estética, muy tropical, con colores anaranjados y vistosos, exhibía una especie de rincón-spa donde desde una tumbona, se ve una foto pegada en la pared de playa Medina, una de las más hermosas del oriente
venezolano, para acceder por un instante, al paraíso.
Todo ello en el marco de
la exposición El hecho alegre. Una mecánica popular de los sentidos, finalizada este mes de enero 2020.
Rincones enterados de múltiples
presencias. Regresamos y retornamos desde y para nuestras raíces, a pesar de
este acento viajero.
Aunque en nuestra breve
memoria caribeña no entendamos que los árboles se desvisten para el invierno,
estamos trayendo colores tierra para mediar con la vida.
Bienvenidos a Nuevo Estilo, Sol Calero. |