domingo, 19 de enero de 2020

Acento viajero

Menina Inmigrante, Rayma.


En Venezuela existe la espiritual creencia que nace gente indomable.  Los venezolanos que se han quedado allí y los que ha tocado emigrar, de alguna u otra manera,  hacen lo mismo: imaginar un mejor porvenir.

Por las calles de Madrid, en esa enorme borrachera de gente, se escucha venezolano. El acento viaja en autobuses, coches particulares, metro y trenes.

Con autenticidad, discreción o sin ella, la cadencia  de expresiones muy nuestras, comienza a ser voz cotidiana entre el grupo de españoles y extranjeros que habitan y visitan la gran capital. Igual ocurre en otras muchas ciudades de España donde en los últimos años ha crecido el número de coterráneos buscando mejor calidad de vida.

En Venezuela, los políticos fingieron libertades y democracia como lo hacen en casi todo el mundo. Empezaron a construir nuevas bases de un proyecto demagógico y virulento. Terminaron cavando túneles y trincheras; tapando, a discreción, entradas y salidas.

Pero los seres humanos somos manifestación sorpresiva de sobrevivencia. Nuestra evolución depende del movimiento, del desplazamiento, de la búsqueda creativa.

Sin sorpresas ante la gran cantidad de compatriotas observamos, a las siete de la mañana de un día cualquiera,  a bordo del tren que comunica la ciudad de Aranjuez con Madrid, a una muchacha sacando del bolso, envuelta en papel de aluminio, una arepa rellena, para luego comérsela tan a gusto.

Al igual que otra, en un autobús,  mordiera un sándwich de jamón y queso, no tan común entre los españoles que desayunan bollería industrializada o  pan con tomate y aceite de oliva.

Así como desde hace tiempo se pueden comprar  productos latinoamericanos de Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, los hay ahora de Venezuela. En una esquina, en una bodega de  chinos  (llamadas de alimentación) venden Cocosete y en Mercadona se consigue nuestra Maltín Polar. En las bodegas latinas ya es normal su venta.

Hay una franquicia de arepas en las principales ciudades  que se ha vuelto bastante popular y también se ofertan empanadas, junto a las cachapas y tequeños en mercados como Las Maravillas y en modernos food trucks.

Hay incluso unos venezolanos  que preparan los tequeños con calidad gourmet y algunos ofrecen hamburguesas y perros calientes al mejor estilo venezolano, inundadas de salsas, con mucho más sabor.

Ni qué decir de los músicos que desde hace muchos años se dedican a brindarles a los viajeros del metro lo mejor del repertorio de nuestra música criolla. Con cuatro, guitarras y maracas van llenando de calidez las calles y rincones de unas tierras que se sienten frías frente a nuestra idiosincrasia.

La sangre venezolana es energía llena de talento por la superación.


Venta de arepas en plaza del Ayuntamiento Fuenlabrada.


La canción “Un poquito más” (interpretada por Delia) que marcó a una generación de fumadores venezolanos con el lanzamiento de un nuevo cigarrillo llamado Derby, análisis de los alumnos que estudiaban en universidades  comunicación social,  se escucha en el metro de Madrid, cantada por un venezolano, con voz maravillosa y mucha dignidad.

Canciones de Chino y Nacho con guitarra y onda melodiosa, composiciones de Guaco con toques de cajón flamenco, de Ilan Chester y Yordano, y  clásicas de Simón Díaz, Reynaldo Armas, con un ritmo joven y refrescante, hacen que vayamos destilando nostalgia, no tan buena compañera, cuando hay kilómetros y un mar tan ancho y grande de por medio.

Las chicas y chicos más aplaudidos que aprendieron en nuestro Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, también revelan los acordes gentilicios en los lugares más visitados de las principales ciudades de España. La Gran Vía, la plaza Sol, Callao y la larguísima calle Alcalá (apenas en Madrid) testimonian y expanden  la vibración autentica de nuestros talentos que se dimensionan con los otros muchos lugares del planeta que igual historia acontece.

Es casi común encontrar a Venezuela en todos ellos y también en un matrimonio que se presenta, de vagón en vagón,  diciendo "somos venezolanos", ella con un cuatro muy viejito y el con una trompeta de bolsillo con sordina, para intentar ensoñar con las composiciones de los grandes boleristas latinoamericanos.

También conmueve  que músicos de Bolivia, Ecuador o Perú con flauta de pan o con una simple quena interpreten Caballo Viejo de Simón Díaz o Moliendo Café de Hugo Blanco a los viajeros que se desplazan para ir a sus trabajos o a cualquier lugar.

Siempre en los latinoamericanos, hay gestos de amabilidad, una sonrisa y bendiciones para los viajeros. Una chispa que revela otra cosa frente a la desarmonía de los días que para nosotros mismos hemos inventado.

Sabemos que la historia tiene poco de inédita. Parece ser un ciclo de repeticiones. Si bien es cierto que nada de lo que estamos haciendo los venezolanos por el mundo es distinto a lo que han hechos todos los que han emigrado -llevar su cultura y su pedacito de tierra a donde quiera que van- lo novedoso es que un pueblo que no se planteaba emigrar porque no existían razones para hacerlo, lo haga con  ese sentido que nos caracteriza “de echar pa’ lante”,  y adaptarse a escenarios iluminados y oscuros, a la vez.

Trabajos que desechan otros, a bordo de bicicletas para repartir comida, cocinando, limpiando, atendiendo a personas mayores, inventando y viendo negocios por todos lados con el coste del noviciado incluido, para arriba y para abajo, con o sin el carrito de la compra; haciendo fila para pedir refugio, comida e interactuando con las redes sociales que van informando de  centros de ayuda y empleos de todo tipo, los venezolanos van encontrando correspondencias en la ya difícil condición de emigrante.

De camino a casa puedes encontrar a una mujer venezolana, desapercibida y concentrada, con audífonos que aquí les dicen cascos, viendo frenéticamente en el móvil (celular), la novela Angélica Pecado con los muy jovencísimos actores que en su momento la protagonizaron. Otros no se despegan de  noticias sobre Venezuela y cuando hablan por teléfono piden o dan la bendición. 

En el mes de noviembre en la plaza Pedro Zerolo, en pleno otoño,  vimos cómo estaba, mojada por la lluvia de ese día, la Menina Inmigrante de Rayma, artista y caricaturista venezolana.

Este año fueron 54 esculturas dentro de la exposición urbana  Meninas Madrid Gallery repartidas por  todo la ciudad, proyecto trazado por Antonio Azzato, homenaje a la obra maestra de  Diego Velásquez.

De cuerpo y falda corsetada, blanco y plata, resaltaba el  dibujo de corazón tricolor y las venas como vía de escape, en apenas una de las interpretaciones que se le puede dar a la propuesta latente de Rayma.

Todos sabemos el precio hoy más que nunca de la libertad.

Igualmente la instalación de una artista llamada Sol Calero en la Casa Encendida titulada  Bienvenidos a Nuevo Estilo concebida dentro de un salón de peluquería y estética, muy tropical, con colores anaranjados y vistosos, exhibía una especie de rincón-spa donde desde una tumbona, se ve una foto pegada en la pared de playa Medina, una de las más hermosas del oriente venezolano,  para acceder por un instante, al paraíso.

Todo ello en el marco de la exposición El hecho alegre. Una mecánica popular de los sentidos, finalizada este mes de enero 2020.

Rincones enterados de múltiples presencias. Regresamos y retornamos desde y para nuestras raíces, a pesar de este acento viajero.

Aunque en nuestra breve memoria caribeña no entendamos que los árboles se desvisten para el invierno, estamos trayendo colores tierra para mediar con la vida.



Bienvenidos a Nuevo Estilo,  Sol Calero.