martes, 22 de febrero de 2022

Lombarda

 


Se me tiñen las manos de color purpúreo mientras corto una tierna lombarda morada. La seccionaba casi a escondidas para agregarla a una sencilla receta. A mamá Rusé no le gusta ni el olor después de comerla hasta el cansancio en sus días de guerra y crueldad, cuando era niña, en esta España tan invertebrada ahora, como antes.

Me encanta el sabor del repollo bien sea en ensaladas o cocinado, cuando ha desprendido sus dulces aromas que me llevan a la Colonia Tovar, pueblo de estado Aragua en Venezuela, donde un grupo de alemanes fundaron a fuerza de muchas pérdidas una aldea, que en las noches respiraba la mejor descripción de la villa antropomorfa de El señor de los Anillos, de J. R. R. Tolkien.

Los olores a leña ardiendo en chimeneas, en el lugar que entonces creía frío, porque no conocía la sierra madrileña, me invitaban a soñar.

Degustar los sencillos platos de la comida alemana a base de codillo, col y salchichas mientras el paisaje típico de casas entramadas por troncos de madera, conocidas como Fachwerkhaus,  me hacían desconectar del trópico y estar en un pedacito de Europa, que también lucía el  riguroso trabajo de campo; la siembra y la recolección, las frutas, fresas y melocotones, y una variadísima cantidad de hortalizas.  

La degustación del strudel bañado con crema o helado, o ambas cosas,  inundaba los sentidos y el placer de estar allí, en sus días, noches y madrugadas.

Lavo mis manos de la luz violácea apenas al pasarla por el agua y tras mezclar brebajes, vinagre, cerveza y caldo, condimento el sagrado sabor de la lombarda, que en nada reproduce mi recuerdo, pero que igual despierta mi satisfacción por esta sencilla propuesta.

Los perros calientes venezolanos, desde pequeña, delinearon mi amor por el repollo. Todos los sencillos maestros callejeros en el arte de hacerlos, tenían la habilidad de cortarlo muy pequeñito aportando junto a la cebolla y la mezcla de las tres y abundantes salsas (kétchup, mayonesa y mostaza),  un sabor único que calmaba el apetito, de allí que a los lugares de comida rápida les llamábamos calles del hambre.

Algunos tenían la osadía de agregarle cilantro, lo que hacía más fascinante este placer que además era barato.

Mientras la cortaba lo más menudita posible a la lombarda, pensaba en nuestros países reunidos, en torno a cuatro mendigos en el poder acaparando el mayor tesoro posible. 

Y créanme cuando digo que para un pobre de indigencia, el mayor tesoro es la basura de un lugar rico.

Allí está el actual presidente venezolano y cualquiera que dirija cualquier nación. Todos son iguales. El poder solo les da para acumular, hacer desmadres con todo lo que encuentran,  coleccionar amantes y mezclarse con todo tipo de vicios. No dan para nada más.

¿Diferentes muchos empresarios, profesionales y artistas? Lo mismo. Sobre todos los que acumulan más.

El invierno de este año 2022 divide los atardeceres del cielo de Madrid entre colores, rosado, azul, magentas difuminados, anaranjados,  y toda su gama esplendorosa, mientras escasea la lluvia, y observamos la temible avaricia de poseer territorios que le ha dado a Putin,  un hombre que reúne todo lo que nosotros vivimos de un antiguo teniente coronel ganado a perturbado mental: vocifera su idolatraría, canta, se cree músico, periodista, escritor; padre de familia ejemplar y amante trascendido, capaz de estar más allá del bien y del mal, cuando su diálogo ni siquiera es idóneo de conciliar  ideas decentes, capaces de unir en vez de separar.

Hace mucho tiempo le dije a una persona cercana que repetía la decepción de delatarse con cada acción: huye de quien te incita al odio, del que en vez de unir, separa.

Pruebo la lombarda… me quedó dulce… a la vez, picante, porque le espolvoreé hojuelas rojas de cayena y también muy gustativa… despertando mis ansias de saborearla, corta y próxima…

Madre…,  que su olor no te haya despertado el miedo de estar frente a los locos de siempre, palpando las miserias continuas, intentando desgastar las  ruedas de la  sabiduría que siguen intactas, del zarpazo de la ignorancia.

 

 

miércoles, 16 de febrero de 2022

El futuro que no es

 



Por increíble que parezca una reciente encuesta revelaba que el 62 por ciento de los encuestados por el Centro Europeo de Relaciones Exteriores respaldaba una intervención armada para defender Ucrania. Los ciudadanos de los países participantes en este sondeo, Alemania, Francia, Italia, Suecia, Polonia, Finlandia y Rumanía aún y a pesar de dos guerras mundiales, desarrolladas en este suelo, creen que vale la pena ingresar al terreno de la sombra.

La diplomacia coercitiva instalada por Putin sigue manteniendo el eje de todo el conjunto de reuniones e informaciones que se van tejiendo alrededor de este hecho, ante la inminente escalada militar de los rusos bordeando la frontera ucraniana, mientras se realizan pactos encubiertos entre bloques que mas o menos tienen misma aspiraciones.

La reunión del presidente francés Enmanuel Macron con su homólogo Vladimir Putin, distanciados por los metros de una larga y reluciente mesa blanca, revelaba la degeneración del momento.

Por cierto, esta noticiosa mesa fue diseñada por una empresa española radicada en Valencia,  elaborada principalmente con madera de haya del sur de los Alpes, (de la frontera entre Francia e Italia) de árboles nacidos y crecidos a la sombra, de delicados poros, capaces de hacer relucir un trabajo de equilibrio artesanal.

La fotografía del encuentro insinuó todo tipo de conjeturas y de  memes.

En este hecho pareciese que la perfección del trabajo es inversamente proporcional a la ignorancia de plantearse conquistar territorios, porque convienen por sus minerales estratégicos o porque por insuflar al ejército dejamos a un lado el verdadero crecimiento económico del país, según dice los expertos, lo que al parecer le está ocurriendo a Rusia.

Las verdaderas intenciones no obstantes se las tienen muy bien reservadas los rusos aunque es posible que todas las especulaciones se le acerquen.

Mientras los hombres sigan armándose y cebando ese gran negocio que son las armas así como las constantes proyecciones e investigaciones que se realizan para romper la barrera del sonido y llegar  cada vez más rápido y con mayor perfección al territorio, para conminarlo a rendirse, no hay mucho que esperar de los seres humanos.

Mientras sigamos viéndonos como el otro, como el enemigo; y las fronteras como espacios de control e inhumanidad el ciclo de las destrucciones volverá continuamente a repetirse.

Muchos apuestan por ver, la destrucción masiva de territorios a través de aviones que rompan la barrera del sonido apenas asomen su nariz-ojiva en las ya de por si temerosas conflagraciones nacidas de los video juegos.

La guerra hipersónica, con armas tácticas y estratégicas, en el espacio cercano, un campo de batalla suborbital, es uno de los sueños de dominación hegemónica en los que trabaja China con ahínco, materia que también controlan Rusia y Estados Unidos.

Los simples mortales a los que muchas veces toca conocer y desenterarse por lo publicado en los medios de comunicación social, cada vez menos fiables, sabemos que los hombres de poder casi siempre siguen patrones muy conocidos por mas misteriosos e impenetrables que se muestren.

Desde hace mucho se habla de realidad paralela, virtual. Como si no bastara la realidad ilusoria en la que vivimos,  a se juega matar frente a ordenadores de inteligencia artificial que buscan cada vez más imitar lo sangriento y despiadado.

No podemos entonces pretender un mundo más amable y consciente.

Por supuesto que el negocio de la ofensiva también va a la par del meramente comercial. Ya se piensan en vuelos que en menos de dos horas se alcancen distancias de catorce.

No será la primera vez que los adelantos tecnológicos caseros se consigan después de los bélicos.

En España, aparte de los primeras polémicas por el decidido apoyo que brindó el gobierno a la coalición de la OTAN, ante la inminente muestra de que Putin rodeaba gran parte de la frontera ucraniana con soldados y contundente arsenal, pareciese temida aunque tímida la opinión de una guerra en el suelo europeo.

Aunque este invierno está trascendiendo atípico como todo lo resultante de la pandemia que aún continúa arrojando muertos diariamente, es más que evidente que son muchos más los problemas que se atajan en Europa. Sumándose ahora los de la posibilidad de una invasion a Ucrania y su indeseada consecuencia.

Por lo pronto, el futuro que no es, es el que quieren imponer.

Abriendo una brecha en el pensamiento, es parecido como a lo sucedido en el mundo del arte. Pretendieron hacernos creer que era una obra de arte el plátano pegado en una pared con cinta adhesiva («Comedian», de Maurizio Cattelan) hasta que alguien con enorme sensatez la cuestionó, por más elementos discursivos que apoyara su autor antes o después de recibir 120 mil dólares en la edición de 2019 de  Art Basel Miami Beach.

Un chiste. Una sátira. Una propuesta desenfadada. Cualquier cosa menos obra de arte.

Algo así como todo el territorio de lo virtual que ahora sirve hasta para diseñar los placeres que antes fueron región del cuerpo.

Y en esa dimensión, la guerra que se avecina es todavía muchísimo peor de lo que creemos, porque nos habrán engañado tres veces, en la realidad, en la virtualidad y en la oscuridad de vernos arrasados en la novísima tecnología que ni siquiera seremos capaces de detectar.

Ahora que tanto se habla del metaverso ojalá que la virtualidad sea capaz de atrapaar los avatares de estos seres tan llenos de miedo que son capaces de hacer la guerra en vez de la paz.

Al rodear el parque cerca de donde vivo, aquí en Madrid,  veo un árbol de almendro florecido, acercando la primavera. 

La naturaleza no se equivoca, es fiel a su despertar.

Las voces de las raíces que respiran en la tierra, su suave delicadeza así como los colores de cada atardecer invernal, imprimen lo equivocados que estamos en esta existencia que hemos convertido en lucha, justificando de infinitos porqués lo errático; apartando la conciencia amorosa que vive dentro de nosotros y que ganará su dimensión profunda y sabia, cuando lo decidamos.