Si tomara la sed como esa metáfora
necesaria para dar un conjunto de explicaciones podríamos decir que esa
emergente necesidad dictada por el cerebro tiene características claras de lo
que hay que saciar con urgencia, pero no es ella ciertamente la que pueda
enseñarnos casi nada del momento cuando lo que se requiere es una visión
colmada, serena; sin resequedad de la garganta, la boca, el cuerpo; mucho más
cuando algunos ritos arcaicos han desacelerado las horas para impulsarlas en
una neurosis colectiva para caer nuevamente en la espiral reconocida de
muertes, incendios, humo y sus correlativas fases de impotencia, injusticia,
verdades-mentiras, mentiras-verdades y mucha desesperanza.
Ofrecido así parece
simplista pero es todo lo contrario. Tenemos tal cantidad de material sobre lo
que ocurre en nuestro país que la sobresaturación de los acontecimientos y su
instantaneidad los convierte en aún más amenazantes y envolventes.
La colectividad entonces
no tiene medida y se desborda. En realidad, todo se ha rebosado en nuestra
nación y con ello se han arrastrado parámetros que antes permanecían en sus justos
linderos en la conservación de un orden, aunque imperfecto, mucho menos
demencial.
Volver a los lugares
comunes, a los tonos, las exclamaciones, los colores de toda esa última vivencia
e insistir en lo que ya sabemos es también una clara declamación de los mismos
sentimientos exaltados y acorralados por los que hemos transitado.
La revisión es individual
y profunda. Se trata realmente de reconocer, saber y pensar en todo lo que ha
sucedido y en lo que estamos dispuestos a cambiar dentro de nosotros. El viaje,
la auténtica marcha, es de nuestro cerebro a nuestro corazón. Puede ser corta o
larga pero realmente no importa el tiempo que dure lo importante es hacerla
cuanto antes.
Frente a todo el caos,
toda la rabia, todo el empuje y la fuerza demostrada, gastada, amilanada,
perturbada y cualquier cosa que los lectores puedan agregar hay que reconocer,
en nuestra introspección, cuánto de paz
interior hubo en todas y cada una de esas manifestaciones, cuánto amor estuvo
dispuesto a brindarse; cuál fue resultado de vernos tan frágiles, tan
vulnerables o tan poderosos ante todos los acontecimientos.
Por ello, insistimos, está
dentro de nosotros, de todos y cada uno de nosotros la clave, para entender en
su justa dimensión lo que sucedió, ocurre y pasará en un futuro. Si estamos
dispuestos a conocer el fondo de nuestras inquietudes y si las empezamos a
canalizar hacia una verdadera transformación que tiene que partir desde lo
individual hacia lo colectivo.
Frente a todo ello también
hay que entender el fondo de la conciencia y la responsabilidad. Por allí
también hay que pasearse para sintonizarnos con todo lo ocurrido.
Sé que muchos en estos
días se han reconocido violentos. Otros muchos incapaces de ser tolerantes.
Tantos otros fueron atrapados por esa especie de energía altisonante que
impulsa sin saber qué es o a dónde dirige nuestro momentáneo destino.
Otros su propia gallardía,
su esfuerzo por ayudar y un corazón mucho más bondadoso que el que hasta ahora
conocían.
En esa interiorización hay
que entrar en la espiritualidad yacente en Venezuela, la que está enraizada en
nuestros ancestros, que son fuerza en vida, cuando reconocemos en ellos el buen
origen, la serenidad de nuestra vida, los asuntos que debemos solucionar dentro
de nosotros mismos cuando los encaminamos mal.
Despertar en la fe de uno
mismo significa que al estar bien con las conexiones interestelares de la
tierra y el cosmos todo alrededor debe en consecuencia ir encaminándose hacia
donde queramos. Para ello hay que evolucionar conciencia, meditado y calmado la
sed que a veces queremos saciar con agua de mar.
El dolor enseña a
trascender así como las más difíciles y duras experiencias.
Separarnos de lo que no
nos ayuda es también una decisión válida.
No dejarse arrastrar
porque sabemos de agendas ocultas en casi todos los bandos es apreciar nuestra
vida y la de los demás.
Evolucionar implica mucho
y todos y cada uno podemos hacerlo y contribuir mucho más de lo que creen.
Lo otro es orar. Desde el
corazón. Por la familia venezolana. Con fe. Sabiendo utilizar las palabras
porque la interioridad espiritual no admite ruidos y desconexiones groseras con
el alma (Lectura Tangente 23/02/2014, Notitarde).-
Foto: straven.blogspot.com
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