“El diablo se viste de
Ángel. Tranquila, tu cara no se nos olvida”, fueron las palabras de una de las
dos mujeres, a una tercera que había protestado porque ellas se habían coleado
y no le permitían acceder al objeto tan deseado.
El tiempo de observarlas
fue el exacto para comprender todo lo que hay que saber sobre una amenaza.
Después de coger los
paquetes que el empleado entregaba con rapidez al grupo desordenado que
estiraba las manos recogiendo lo ofrecido se dirigió con suma rapidez a su oficina.
Los compañeros la vieron
rara. Ella tiene la personalidad de las echadas pa’ lante. Es más, todos creen
que come y devora tigres en las noches a decir de su siempre especulador tono.
Sin embargo ese día hasta ella misma se reconoció timorata.
Quizás fue la forma o tal
vez las miradas o el saberse tan vulnerable casi por nada. No tenía a nadie
conocido cerca para sentirse apoyada como las otras dos. O la expresión misma
con esa voz aterciopelada y malandrina. El gesto de la mano abriendo los dos
dedos extremos. O la posición de la boca, un poco ladeada al hablar.
¿Sería que el pollo
sacrificado al estilo musulmán traído de Brasil le había causado efecto?
Se acordó entonces que aún
reposaba congelado en la nevera.
A esas plumas no le podía
achacar su miedo.
Tenía más edad. Tampoco
podía negarlo. Sus hermanos le habían enseñado a pelear. No tuvo inconvenientes
en entromparse con hombres más grandes que ella pero sencillamente se asustó;
no podía negárselo a sí misma.
Trataba de recordar los
rostros de las mujeres y ya se le habían perdido en la memoria.
Pensó en cambiar la
rutina… Ponerse el suéter al salir para que no la vieran con el uniforme… con
ese calor…
Cuando se le contó a sus
compañeros todos dudaron alarmados: Qué quedaría pa’ el resto cuando la más
violenta trajo una palidez y un nerviosismo tan desconocido para ellos que
desde hacía algunos años la veían trajinar con palabrotas, gestos,
intimidaciones y cuentos de fondos cernidos sobre el lodal.
“Irina tiene miedo… Irina
se cagó …" era el susurro generalizado acompañado de aquel tan vulgarizado “Quien
la manda…” o “A cada cochino le llega su sábado” mas el escarmentado “A ver si
aprende”…, nociones que le daban a ella
la perfecta señal de que recogía lo que había sembrado. Conductas que apenas horas
antes la hacía sentir orgullosa, momentos después la ponía a recapacitar casi
sin vocabulario para hacerlo.
Durante el día volvió
sobre lo mismo. Una y otra vez. Leía el Twitter y las noticias no eran para
nada alentadoras. Iba a tener que prescindir de tanta información de sucesos.
De un lado a otro saltaban sin dar siquiera tiempo a rechazarlas.
Se maquillaría mas… se
teñiría el cabello de otro color.
Se acordó el pastor que
hablaba tanto del innombrable por la radio y que la mujer había mencionado con
tal desfachatez.
El evangelio… últimamente
lo estaba escuchando demasiado… ¿se tendría que convertir entonces como su
madre y su ex a ese culto? ¿Sería la señal?
El ruido del botellón
crujiendo agua mientras Pablo lo colocaba en el dispensador le hizo acordarse
de que no quedaba otra opción que salir y encararse con lo que tuviera que
venir no sin constatar cierto ardor entre las tripas. Le había caído mal el
almuerzo.
Salió con el grupo que
andaba despreocupado. Se montó en el transporte privado que como todos los días
los llevaba a sus hogares. Entre conversaciones y silencios fueron dejando a
los que se quedaban antes que ella hasta que fue su turno. De la plaza a la
casa era un trayecto de cuatro cuadras.
No veía nada raro más que
la oscuridad, la venta de perros calientes del vecino y sus olores provocadores
de hambre cada vez que llegaba. Eran parte de su rutina.
Con las tipas de la mañana
era bien difícil que se las encontrara. Ya estaba en su territorio.
Entró a la casa, la perra
la recibió con los brincos y los potes de comida y agua, vacios. Su hijo estaba
con la novia en el cuarto y el televisor de la sala encendido.
Meneó la cabeza en señal
de aburrimiento. Se metió en el baño y tras ponerse cómoda se fue a fumar al
patio.
Su cabeza empezó a hablar:
“Esas sucias tienen que ser de Quebrada Seca. Siempre van al supermercado en
cambote. Lo que tengo que hacer es dejar de ir por allá algún tiempo y mandar a
Pablito cuando lleguen las cosas. Voy a vestirme de blanco así mi jefe se
moleste por el uniforme. Yo también se de Ángeles y nadie asalta así nomas al
demonio” pensaba agarrando cierto vuelo de valentía; dejando escapar, por fin,
lagrimas de indignación (Lectura Tangente, 25/05/2014, Notitarde).-
Imagen: cosasdelpolonorte.blogspot....
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