Por la calle Nicolás Sánchez, del céntrico barrio de Usera (conocido como el chinatown madrileño), en días pasados, alrededor de las siete de la mañana, vimos a un grupo de ciudadanas chinas ataviadas con trajes típicos y abanicos, mientras un dragón era sacudido y serpenteado, en lo que parecía un ensayo general de alguna representación.
Al final de la calle, llegando casi a la boca del metro estaban todos los equipos de filmación, guindando
los micrófonos cañón, envueltos con sus características
esponjas; mientras un grupo importante
de extras descasaban hablando, apoyados en las paredes de los
establecimientos, a esa hora cerrados.
La calle estaba fresca dentro
del pasado agosto inclemente. Era temprano y buía actividad creativa. Todavía
no habían cortado el paso a los transeúntes, aunque luego la sorpresa fue
generalizada entre quienes tenían que pasar a visitar algún comercio o llegar
al metro.
Las mujeres chinas se
observaban entre sí. Alguna comentó a otra observando los pantalones rojos
demasiado largos de la compañera y otra estiraba el traje que parecía arrugado. Se reían
entre ellas y estaban pendientes, mirando en dirección al inicio de la calle
donde se encontraban los actores de fondo y quienes daban directrices.
Por el barrio chino
siempre hay mucha actividad. A pesar de que la pandemia dejó nueva geografía, al cerrarse y abrirse nuevos negocios, de alguna
forma se siente un pulso palpitante, con el movimiento constante de mercancías
que abastecen los muchos locales
que lo circundan y a toda España.
El universo de los deseos
está bien repartido: desde los famosos supermercados en los que se puede
encontrar cualquier producto asiático, librerías especializadas en textos
chinos, tiendas exóticas, los mejores y más populares restaurantes (alguno de
ellos visitado por los Reyes) y locales que van desde un pequeñísimo puesto que
solo vende pato laqueado, hasta peluquerías, inmobiliarias, casas de inversión,
de juegos, de ropa, bazares, de alimentación y costureras chinas para la amplia gama de
clientes que por allí conviven. Uno de los bancos tiene habilitada una gestora para
atender a esta comunidad. En muchos lugares los carteles están en el idioma
chino mandarín, nada escrito en español.
Venden en los restaurantes
platos muy típicos de ellos, pero como en asuntos del paladar el ser humano es insaciable, se ven rodeados de los típicos occidentales que quieren
probarlos y de esta manera se abren a la experiencia de tener una amplia gama
de comensales: españoles, latinos, norteamericanos y de otros países europeos
dispuestos a degustarla la amplia gastronomía, en sus sencillos comedores, pues buena
mayoría de ellos no tienen más lujo que su aire típico, local; costumbrista.
Tienen colegios, centros
culturales para aprender idioma español y a su vez ellos tienen algunos donde
enseñan su lengua, sus costumbres. Un templo espiritual y actividades
culturales para ellos y quien quiera acercarse.
Muy cerca de allí, entre las ocho y la nueve de la mañana, en el Parque Madrid
Río, siete largos kilómetros que conectan la ciudad, al lado del ahora débil
río Manzanares, se escuchan los poderosos sonidos de los abanicos chinos,
mientras diversos grupos en distintos
puntos practican el Thai Chi, dirigidos por mujeres chinas longevas, que lucen
hermosas y vigorosas, con esta ancestral práctica.
El sonido al abrir y
cerrar los abanicos de buen tamaño es contundente. No pasa desapercibido.
Verles es saber que ellos forman parte de este paisaje que es Madrid, diverso y
multicultural.
Desde el barrio chino se
puede acceder muy fácilmente al inicio de Madrid Rio y desde allí conocer
historia, puentes antiguos y muy modernos, también interconectados con
Matadero, lugar que antiguamente se sacrificaban bestias y ahora se ha formado
un interesante y muy visitado complejo cultural.
La comunidad asiática en
Madrid es grande y aunque son más los ciudadanos de China y Taiwan, también los
hay filipinos, coreanos, vietnamitas, japoneses, tailandeses y paquistaníes, aunque
estos últimos tengan rasgos diferentes al resto de los también llamados
orientales.
Por el barrio chino además
convive una amplia ciudadanía latina compuesta en su mayoría por bolivianos, peruanos, dominicanos, paraguayos, colombianos y ecuatorianos, además de
marroquíes. Muchos colores y acentos por un barrio sencillo, adaptado para
vivir la cotidianidad de esta España rica en contrastes. Por supuesto, no todo
es tranquilidad, por sus calles muchos sucesos se han protagonizado y
encendido.
Bandas juveniles que por
alguna razón han tomado más poder del que se les debería haber permitido, ahora
recién son controladas, después de ser protagonistas de hechos particularmente
crueles, porque sus ataques por controlar zonas son con machetes. Incluso asesinaron hace casi un año, a un
joven rapero, con síndrome de Asperger, llamado Isaac, conocido artísticamente como Little
Kinki, con buena cantidad de admiradores, que ahora se tienen que conformar con
su injustificado e inmerecido asesinato.
El Chinatown madrileño comunica
con todos los barrios del sureste de la
capital, donde se puede complicar la tan anhelada seguridad ciudadana.
La película que se estaba
filmando por Usera se llamará China y es una historia basada en la segunda
generación de una familia que ha hecho vida en España, por lo tanto con nacionalidad
e idioma español, aunque no sabemos si idiosincrasia, tema que suponemos
intenta dilucidar su directora, Arantxa
Echevarria.
La comunidad china en
España está formada por 193.129 personas al 1 de enero de 2022 (excluyendo la
segunda generación que ya tiene ciudadanía), según el Instituto Nacional de
Estadística. Ha habido un descenso del 2,3%, achacable quizás a la pandemia.
Probablemente asistimos
esa mañana a las últimas secuencias de la película que concluyó rodaje a
finales de agosto y se encuentra en la fase de postproducción.
Vimos una calle festiva,
como cuando se celebra anualmente el Nuevo Año Chino y se sacan a relucir
dragones, tigres y se decoran las calles con las famosas linternas y cintas
colgantes rojas. Quizás presenciamos el principio, intermedio o final de la película
que ha despertado espíritu de colaboración entre los ciudadanos chinos y los
medios que han ido reseñando la nueva producción de la cineasta que estrenó en 2021
la comedia La familia perfecta y que obtuvo el premio Goya 2019, a la mejor
directora novel por su filme Carmen y Lola.
Una vez, entrando a comer en uno de los restaurantes chinos, me atendió una mujer joven asiática que apenas escucharme hablar supo que era venezolana. La sorpresa fue mayúscula. Nunca creí que dentro de un restaurante chino, en España, alguien pudiera reconocerlo. Pero es que en Venezuela también hay muchos orientales, como en buena parte del mundo. Me contó que ella tenía familia en Anaco (en el estado Anzoátegui) y que por eso le fue tan sencillo saber que era de allí. Me dijo que su familia de allá hablaba con mi acento.
Al principio no quería reconocerlo pero al final tuve que admitir que efectivamente hay chinos en Venezuela más criollos que el chocolate de Choroní.
Algunos dirían que el
mundo es un pañuelo blanco, aunque Usera bien merece la categoría de barrio-selva, de
aventura y descubrimientos. De peligros, placeres y mucho aprendizaje humano .