Tiene ochenta y nueve años pero le gustaría ser un joven de treinta porque los nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos, así como el arte, son el continuo milagro de la vida: nuestras células, presentes desde el origen, ahora son redescubiertas piezas únicas de la moderna nanotecnología, capaces de almacenar información inimaginable, para los hombres de la ciencia y la naturaleza.
Es el maestro Carlos Cruz-Diez, ese hombre al que recorremos los venezolanos cada vez que salimos por el Aeropuerto Internacional de Maiquetía (el piso y la pared del pasillo central están adornados con una obra suya denominada Cromo-interferencia de color aditivo), al caminar sobre pequeños cuadros de colores, como ahora pueden hacerlo los visitantes del estadio de los Marlins de Miami a través de tres caminerías de Inducción cromática doble Frecuencia, que hacen que el color sea una experiencia al alcance de todos, llena de regocijo y magnificencia.
Con su hablar cálido y suave, el maestro ha estado diciendo a lo largo del tiempo casi lo mismo en las muchas entrevistas que ha concedido a lo largo del mundo: su arte es el presente continuo, la obra se hace a los ojos del espectador. No hay amarillo, pero se ve; se fusiona un magenta sin que la voluntad pudiera inventar otra cosa. Colores primarios y secundarios se fusionan; se aman, se reinventan; nacen, sin el castigo de la muerte.
A lo largo de su carrera sus claves han sido simples. No se puede comparar a la célula origen. Pero a la vez su aporte visual es sumamente complejo porque un artista empieza a hacerse después de veinte o treinta años de búsqueda perseverante e indagación de conceptos. Si se rinde pierde y si se deja seducir por los dioses banales de su tiempo cae en un abismo temible y vertiginoso.
El arte cinético tiene la gran fortuna de escapar de la aparente emocionalidad. Ya no son los retratos de pobreza que un momento hizo el maestro Cruz-Diez para subsistir. Ahora (presente e instante perfecto) son sus propuestas de luz las válidas de circundar el mundo, con la infinita posibilidad que parece otorgarle el color a este creador.
La materia parece ser un rudo nudo para el ser humano, sólo los artistas pueden ver el poder y universo de la luz a través de ella. Lo que este venezolano universal hace es entregarlo con mucho agradecimiento porque además no lo inventó el hombre. Viene otorgado y añadido. Lo irónico es que el trabajo de los artistas cinéticos que parece frío y calculador, asociado con la geometría, las líneas y sus derivaciones, expresa, como bien lo sostiene Cruz-Diez, un sentimiento.
¿Recordamos al salir del cuarto, hospital y clínica donde nacimos cómo cerramos los ojos al llenarse nuestro rostro de la luz del sol?
Cuando vimos el cielo, ¿cómo reaccionamos?
¿Qué trasmitieron a nuestras emociones los azules y verdes coralinos de la madre Mar con su aroma salino y revitalizador?
El color tiene que ver, como bien lo explica este artista, de forma sencilla, con los sentidos, con los afectos si bien también sostiene que el color es una circunstancia, efímera como todo lo revelado en la existencia.
Su obra revela un continuo presente, sin pasado, sin futuro.
“No me inspiro, yo reflexiono” , es la idea que tiene el maestro Cruz-Diez al explicar que el trabajo que ha desarrollado es su milagro personal, un arcoíris que lo ha estado acompañando desde los tiempos innominables, cuando los hombres no sabían del cinetismo pero sí de la revelación de ese arco virtual que se forma en el cielo, de la nada, del todo, de la luz, de la atmosfera, del sol y de la lluvia, de un choque dulce entre las energías de la creación.
¿Dónde está o se siente lo dulce de un arcoíris?
Nadie lo sabe.
Pero llega al paladar y al corazón izquierdo. Al derecho también.
Por mayor depresión que alguien esté viviendo un arcoíris es poderoso lenguaje de la luz. Sin letras. Es una conexión. La que ha creado Carlos Cruz-Diez, desde su genialidad y su humildad, en pisos, paredes, ventanas y transparencias que se acomodan, inclusive, a los muchos o pocos formatos que tienen la osadía de atraparlos.
Alrededor de él se tejen conceptos como colores aditivos, virtuales; efectos de radiación, fisiocromía o trampas de la luz, líneas paralelas, reflejo, sustracción. Fisocromías informales. El arte del espacio y el tiempo. Crear y creer al mismo tiempo.
¿Dónde está el acontecimiento de la luz?
Son los ojos los que lo guían.
¿Alguien se siente desdichado caminando por los colores de Cruz-Diez?
Eso es imposible siquiera pensarlo.
Como tampoco nadie puede desanimarse ante un arcoíris.
El reinventa el color aunque esté concebido.
El mensaje llega al espíritu. Este se proyecta al cielo. Y de allí viaja, retorna, al origen, a la fiesta que es la luz; el deseo; el buen deseo; hacia el espacio y el tiempo; sin soportes. Con la efervescencia del amor y los reflejos virtuales que nos hacen grandes y mejores. Y optimistas, por siempre, en las escaleras de colores que superamos junto a Cruz-Diez (NOTITARDE, 07/1072012, LECTURA TANGENTE).-
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