domingo, 24 de octubre de 2010

Piña colada



“Por el amor que me tuviste… te escucho”. Mordía un trozo de piña y me dije a mi misma que ese comienzo, “como letra de bolero cursi…”; era frase “hueca cuando pasa la emoción”; pensé mas tarde, mientras la fruta hacía que la génesis de la idea se fuera por el mito del baúl de los recuerdos que tampoco existe porque para nada hay que guardar un cofre mohoso de papeles y de las pocas sustancias que van dejando las vivencias cuando no han sido tal.

Pero prometí escuchar y así lo hice. Adelante.

Después de atender con todos mis sentidos, comienzos emocionales difíciles y antipáticos atrapé el discurso, por llamarlo de alguna manera y para que se entienda. Fue más o menos así: “Alrededor de quince años han pasado y aún no te olvido. No hay día que haya amanecido que no te haya recordado, que te haya pensado, que haya visto algo que de alguna manera u otra me haya llevado a ti. No te estoy diciendo esto para que nos veamos o comencemos lo que no ha podido ser… no lo será y lo sé… son estas extrañas formas que tengo de vivir las que me han enmarañado todos los ciclos de mi vida… te vi hoy y me dije que te lo tenía que decir porque al compartirlo quizás me libero de esta maraca de sentimiento que bambolea. Si soy totalmente sincero la verdad es que no deseo volver contigo, ni que regreses a mi vida porque además no funcionaría… te veo demasiado cambiada… sé que lo que estoy diciendo tampoco lo compartes porque la verdad es que es raro… todo este tiempo no te he buscado, ni te he escrito, ni te he llamado ni nada… Te convertiste en una enemiga hasta de mi mismo recuerdo y de mi misma emoción, sin saber nada de nada… no me digas que podemos seguir siendo amigos y vernos porque tampoco deseo eso… es esa cosa extraña que nos pasa a los hombres y que ni siquiera yo me puedo explicar..”.

Menos mal que comía otro trozo de piña y mi boca era la frescura hecha vida porque estaba escuchando a la muerte. ¡Qué cosa tan triste! Si eso era una nueva declaración de amor pues debía salir corriendo, cosa que hice.

¡Ya me había acabado la piña, además!

Me conecté a mis oídos la música escogida tras un mes de selección y me perdí en la jungla de otras voces que me desconectaran de lo recién vivido. ¡Quince años pegados a algo inexistente! Francamente, la vida es más valiosa que todo eso. Pero me dije a mi misma que me desconectaría y así lo hice.

Pero la canción que se me puso en la mente y oídos fue “Desafinado” y la verdad es que nada es casual en la vida. La voz de Elis Regina me fue guiando en el suceso con cierta gracia y seducción.

Después vino “La Ciudad de la Furia” de cuando Soda Stereo hizo un unplugged. La letra no quería que coincidiera y por lo tanto decidí que entre las piernas de ningún pasado se debe vivir.

A conciencia adelanté para escuchar a Armstrong, quien me levanta el ánimo con la más absoluta belleza.

Entre su voz entendí lo que había sucedido. Algo dejó de vivirse porque tenía que ser así, no más, no filosofemos, ni vayamos a encontrar un chorro de oro, en el medio de los océanos. ¡Benditas emociones desconocidas!

Pero ya era tiempo de conocerse, también me dije para mis adentros, de no perseguir los viejos fantasmas y mucho menos de contarlos tras no superarlos. Es ese ejercicio molesto que siempre consigue nada más que desazón.

Entonces por allí vino el son cubano de El Cuarto de Tula, ese que cogió candela, y se me alegró un poco más el corazón.

A la sazón me enrumbé por Tribalistas y todo su set que comenzaba por “Ja sei namorar” (una canción que me llena de renovadas fuerzas amorosas) y realmente sentí que no sé si por olvidadiza o vivencial, por humana o demente, por distraída o lunática, lo cierto es que yo no podría haber tenido tanto tiempo reservados unos sentimientos y una pasión.

Me detuve en uno de los kioscos donde venden cocada y dentro de mí se produjo una piña colada, me dije para mis adentros, la misma que él debió tener durante tantos años pero en su mente.

Estuve tentada de llamarlo. Pero me acordé de aquel consejo católico y deshice la idea.

Cuando le conté lo sucedido a una amiga su “Pobrecito” me hizo también entender que esa palabra disminuye tanto que debería usarse con mucha mas cautela. La misma que tuve en contestarle a ella, que todo lo ve como como telenovela.

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