Cesaria Evora dejó de cantar unos tres meses antes que terminara 2011 para dejar de existir el 17 de diciembre pasado a la edad de 70 años. Su voz fue y será, sobre todo en el eterno presente de la música, nostalgia, desarraigo y fe de vida.
Treinta años atrás las páginas culturales de los diarios franceses «Le Monde» y «Libération» reseñaron sus discos La diva de los pies descalzos (1988), Mar azul (1991) y Miss Perfumado (1992) con elogios a esta mujer que entró a los escenarios europeos a los 47 años conquistando los corazones de quienes la vieron, descalza, con un cuerpo que fue primero engordando año tras año un poco más, para después adelgazar, fumando en el escenario y observando con cierto desparpajo el éxito que se le vino encima con sorpresa y gratitud.
No tuvo una vida sencilla. La música era su universo y desde los 16 años cantó en los bares de su ciudad natal, Mindelo, por unas pocas monedas con que sostener a los suyos y cuando éstas escaseaban lo hizo por un trago de alcohol. Ella misma tuvo que luchar por más de una década con este vicio al que pudo superar para poder llegar a todas partes del mundo. Varias veces a través de sus giras le dio la vuelta al globo terráqueo presentándose en los escenarios de las principales capitales.
En unas grabaciones recuperadas de Radio Barlavento y Radio Clube gracias a las nuevas tecnologías se puede escuchar su voz de jovencita. Un timbre más agudo y fino se escucha en esas canciones que se grabaron en los estudios de esas dos emisoras de Mindelo, entre 1959 y 1961.
Su hogar respiraba música: el padre, Justino, tocaba cavaquinho -instrumento de cuatro cuerdas de origen portugués que recuerda al cuatro- y violín, y B. Leza, probablemente el más importante de los compositores caboverdianos, era de la familia.
Cantaba descalza para recordarse a sí misma que era una mujer salida de la pobreza, de días de hambruna, de unos tiempos en que los colonizadores portugueses prohibían caminar por la acera a los caboverdianos que no podían comprarse un par de zapatos.
Ganó el Grammy en 2004 al Mejor Álbum de música contemporánea por su trabajo 'Voz de Amor'. En 2009, el Gobierno francés, donde tenía fijada su residencia, le entregó la medalla de la Legión de Honor.
Compartió grabaciones con Compay Segundo, Erykah Badu, Goran Bregovic, Sakif Keitao, Ryuichi Sakamoto, cantó con Caetano Veloso, Bonnie Raitt, y Marisa Montes, vendió más de cinco millones de discos.
En español hay una versión suya muy particular de Bésame mucho, igual de Historia de un amor, con Tania Libertad y grabó junto al compositor Pedro Guerra el tema Tiempo y silencio, que contiene una estrofa muy hermosa: Nacer en tu risa / Crecer en tu llanto / Vivir en tu espalda / Morir en tus brazos.
Y es que Cesaria no pudo olvidarse nunca del mar ancestral de Cabo Verde. Cada vez que podía retornaba a su tierra natal y se sentaba frente a ese azul y conversaba con esta energía a la que consideraba una mujer anciana, capaz de escuchar y sanar; capaz de aglutinar y quitarle todas sus tristezas; capaz de renovar su espíritu; de mimarla, consentirla; devolviéndola limpia al mundo.
Conocida también como la reina la morna, sugerente mezcla del fado portugués, la modinha brasileña (música popular bahiana), el tango argentino y el lamento angoleño, que contiene también las raíces negras del blues, atrajo a su país, sólo con su fama, buena cantidad de turistas que querían conocer el país donde ella había nacido.
Estuvo en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño de Caracas en 2009 mostrando todo su esplendor y sus éxitos; el más aplaudido de la noche, Sodade, solicitado con fervor por sus seguidores de todas partes.
Sodade, es una palabra en kriolu -idioma de los nativos del archipiélago caboverdiano- que se traduce al español como soledad, derivada de la saudade con la que portugueses y brasileños identifican la nostalgia; especie de tristeza por el desarraigo de no estar en el lugar que nos pertenece.
Cuarenta y cinco años en los escenarios dan cuenta del temple y de la tremenda oportunidad que tuvo ella y el mundo de conocerse. Ella fue una sorpresa grata del destino. Un eco de los sonidos más genuinos de la tierra africana donde nacieron los primeros seres humanos, donde está enterrada la clave de la felicidad del mundo.
Su voz clara tenía fe de vida a pesar de su nostalgia y desarraigo. Era el sonido del que ha vivido y aprendido mucho. Era alma conquistadora porque el mar le susurró el camino, ese que a veces no se entiende, al principio. Ella misma junto a Marisa Montes cantó Es dulce morir en el mar como piensan los marineros, los amantes de esa masa cambiante azul y los que despiertan cuando los tocan las olas.
Cesaria, legado de una diosa de pies desnudos, de hierbas y raíces (Notitarde, 19/01/2012).-
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