La familia Betancourt tenía
tres hembras y el último era un varón. Eran numerosos y estaban siempre llenos
de personas. Recuerdo a un grupo de trillizas, una muy diferente y las otras
dos muy parecidas, a las que vi un día muy abrazadas ante una noticia
intempestiva que recibió ese día el grupo.
Ellos vivían más abajo de
mi casa. Dos viviendas, si es que es necesaria la exactitud.
Una de las hermanas, de la
misma edad de mi hermano, lo perseguía.
La otra, de mi edad, estaba
pendiente del muchacho de enfrente, que era muy raro físicamente. Tenía la cabeza como grande pero era divertido y
curioso. No recuerdo su nombre. Su madre era una mujer que tenía fama de bruja.
Era, para la época, la más buscada en una urbanización exclusiva de Caracas.
Son cosas que recuerdo
porque la verdad a mí poco me importaba. Era una niña.
Casi enfrente vivía la
familia Morales. También con cuatro
hijos, tres mujeres, una de ellas, contemporánea conmigo, con la cual nunca hice
ningún tipo de amistad, y dos más mayores a las que veía como quien mira
grotescas caricaturas. No me simpatizaban para nada. Porque nada tenían que ver
con mi alma.
Una casa arriba, la
familia Castaño, con la vivienda más grande, buscaban derrotar la soledad
invitando todos los fines de semana a sus sobrinos, niños y adolescentes. Era un
matrimonio sin hijos. Él, un viejo
minero que había encontrado oro, y se escondía en el baño cuya ventana daba
hacia mi casa a fumar, mientras la esposa lo perseguía, escaleras arriba,
cuando lo escuchaba toser, para que dejara el vicio que afectaba visiblemente
sus maltrechos pulmones, producto de una
inmersión que tuvo que hacer en la selva amazónica para recuperar su única arma
de defensa, una escopeta.
Cuando todos nos juntábamos
había nerviosismo en el aire.
Algo temblaba entre la
tierra, el mar y la intemperie.
Eso hacía que los adultos,
por lo menos, se hablaran entre sí.
Una vez los sobrinos de
los Castaño, influenciados por los relatos del “abuelo”, me invitaron a hacer
de exploradora. Pero hacía tanto calor que preferí pedir permiso para ir con
Orlando y pescar a la orilla del mar palometas y peces loros que era lo que
sacábamos. Pero ese día él se clavó un anzuelo y nuestro destino fue el pequeño
ambulatorio donde le sacaron el hierro y le colocaron en la pierna una aguja
fea y amenazante.
Otra vez, el Nene
Betancourt trajo de Caracas, un saquito repleto de metras. Eran hermosas. De
todos los colores. Hasta había transparentes. Colocadas en la tierra parecían
focos de luz impulsadas desde ella.
El Nené Morales se quedó
impactado, no lo podía creer e hizo que sus padres le compraran en la quincalla
más cercana un lote importantísimo de esferas también bellas que olían a goma
dulce, que tenían pegado ese aroma que después se va desconociendo, a nuevo; a
tesoro encontrado.
Por supuesto iba a haber juego y duelo, por igual.
Y todos los que nos
sentíamos involucrados, con o sin razón, asistiríamos.
Todos intuíamos que iba a
haber trampa.
Los dos eran tramposos.
¡Los padres los defendían
como hijos ejemplares y sabíamos que era un acto de hipocresía dentro de la
adultez social! ¡O de completa ignorancia, que siempre fui a lo que más temí!
A los años comprendí que
había de las dos, más de la primera.
Escogimos la sombra del
mamón de los Acuña.
Aplanamos el territorio.
Hasta yo misma pasé una escobita que pertenecía a la caja de muñecas de mi
hermana.
Cinco de la tarde. Calor
suavecito.
Llegaron los dos nenés
bañaditos y perfumados. En esa época había un jabón verde con trazos blancos, o
viceversa, que olía a limpio. Uno de ellos lo usó, el otro tenía un tufo más
suavecito.
Como era verano oscureció
tarde. Pero teníamos los ojos como huevos fritos de tanto ver.
- Trescientos….
Te gané más de trescientos, gritó Morales
.
- Yo
llegué hasta 248… ¡Tramposo!
- Yo
gané, gané, gané…
- No
lo creo… Tengo setenta y cinco peponas… No hay victoria… ¿Quién puede
proclamarse ganador así?
En ese momento mis ojos se
fueron a las metras gordas. Hacían un bulto mayor. La tornasol amarilla, a esa
hora, se veía oscura pero yo seguía apostando por una que tenía el firmamento
en todo su esplendor (Lectura Tangente, 15/12/2013, Notitarde).-
Foto: acuarelistas.blogspot.com
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