Los expertos en sonidos ancestrales han estudiado que la música de un
tambor fomenta la alegría de vivir. La caja de resonancia y los
diferentes tipos de cuero dan ánimo espiritual a todos aquellos que lo
escuchan y mucha más fuerza a quienes los practican y se van haciendo en
los repiques universos paralelos de amor.
Una historia visible
desde hace algunos años es el grupo Ingoma Nshya que significa
"iniciativa de mujeres" nacido en Ruanda después de la cruda historia
que les tocó vivir en el año 1994, cuando por razones éticas y políticas
se desplegó la barbarie de asesinar más de 800 mil personas, violar a
casi todas las féminas fuesen niñas, adultas o abuelas, sin que el mundo
civilizado y medianamente apertrecha en los derechos humanos pudiese
hacer mucho.
Desde diferentes medios de comunicación se alimentó
el odio, nacido de esos fenómenos de inconsciencia colectiva que se han
reflejado en diversos paseos históricos de la humanidad, aunque cueste
de creer y avergüencen.
Lo cierto es que tocar tambor en escena,
ver y observar a ciento veinticuatro mujeres en escena frente a ese
sencillo instrumento, con sus palos, delineados manualmente con navaja,
es un rito. Una ceremonia que habla de la profunda esencia que dejó el
insondable aprendizaje que tuvieron, de saberse poseedoras de un
conocimiento que estuvo en ellas mucho antes que mataran a casi todos
los hombres que ejercían el oficio de tamboreros. Asumieron el oficio
por siglos permitido solo a ellos y a la par de demostrar talento les ha
servido para reconciliar sus almas y despojarse del dolor que
sufrieron.
Un testimonio documentado lo explica: "Seraphine es una
mujer de cuerpo minúsculo que ya cumplió su pena, por genocidio. Pero
la libertad no hizo de ella una mujer radiante. ¿Cómo? ¿Cómo lidiar con
la brutal repetición de aquello que pocos pueden lograr entender? Ella
tampoco comprende… ¿Cómo y cuándo empezó? Los tambores no se lo
explican. Aunque, de alguna manera, sosiegan, apaciguan su magullada
alma. Cuando empuña las baquetas y se deja llevar por el retumbar de la
percusión, sus menudos brazos encuentran fuerza y se embalan. Los golpes
se confunden con los de las demás y es imposible distinguir, quién fue
perpetradora, quién fue víctima. Aquí tocan juntas.
"Mi corazón
estaba sucio, no amaba a las personas, no quería ver, cruzarme con
ningún otro ser humano. Estaba absolutamente encerrada en mí misma,
porque no me sentía persona. Aquí he aprendido a volver sentirme
persona, tengo ganas de hacer cosas, de tocar, tengo ilusión…", explica
Seraphine.
Ensayan. Aprenden ritmos. Absorben los tonos de la
percusión. Es una pausa al duro pasar del día, de la semana, del tiempo.
Y logran olvidarse de sus tormentos. Tanto física como mentalmente, se
desconectan. O no, mejor dicho, se conectan, entre ellas. Y sin darse
cuenta, aprenden a convivir. Terapia, individual y colectiva.
"Aquí
algunas tenemos los padres muertos, otros son asesinos, cada una tiene
su propia historia, pero el pasado no es importante. Lo importante es lo
que hacemos ahora, y que ahora ya no hay diferencias".
Aunque
Regina era una niña cuando se encendió la llama del genocidio, el
desprecio popular la castiga como a una genocida más. Paga por los
delitos de su padre. Casta de crímenes, ha perdido a su progenitor en
vida, que cumple pena en la cárcel, y a su vecino acusador. En Butare,
las noticias circulan rápido. Es difícil empezar de cero cuando las
calles te juzgan.
Trabajaba como vendedora de leche en la ciudad.
Un día estaba sentada en un bordillo cuando una mujer se me acercó y me
dijo 'pareces muy triste. Conozco un lugar donde enseñan a las mujeres a
tocar los tambores. ¿Quieres venir?
En el proyecto participan
unas 140 mujeres, un conjunto muy especial que se ha erigido como
ejemplo a seguir para las nuevas generaciones. Ingoma Nshya, que así se
llama, significa, en Kinyaruanda: nueva generación. Porque aparta las
etnias y las confrontaciones. Pero también porque utiliza, para hacerlo,
una herramienta de hombres: los tambores. En la tradición ruandesa la
percusión es un arte prohibido para las manos femeninas. Pero Ingoma
Nshya ha decidido revisar más de un cliché.
"Yo estoy sola. No
tengo padres, ni hermanos y tampoco esposo. Ingoma Nshya me ha aportado
algo fundamental; me llena. Al venir hasta aquí me encuentro con otras
mujeres y comparto", explica Seraphine".
Claro ejemplo de que la
vida tiene dones inexplicables e inesperados. Un tambor tiene escondido
el sonido del corazón y cuanto más capaces seamos de autolimpiarlo la
próspera alegría nos circundará (Notitarde, 05/10/2014, Lectura Tangente).-
http://periodismohumano.com/mujer/ingoma-nsha-tambores-de-reconciliacion.html
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