La visibilidad de
cualquier hecho cultural nos impregna. Reconocido es, que en tiempos de
pandemia lo que más se consume es cultura. En nuestros transpirados aparatos:
móviles, pantallas de ordenadores y televisores, en buena mayoría. En libros o
entretenimientos más sencillos como contar cuentos a niños y adultos;
escenificando obras teatrales, cantando y tocando instrumentos con o sin público.
Sencillos actos creativos
como pintar, esculpir, escribir, cortar una tela, tejer, perfeccionar postres o
recetas de cocina unen a casi todos los que estuvimos encerrados mientras pasaban
los primeros e inexplorados comienzos de este virus que aún no tiene fin.
Los seres humanos somos
inquietos. La búsqueda es innata. Somos creativos, como la vida misma, a la que
debemos origen y mantenernos en esta experiencia.
En una ciudad como Madrid,
como si estuviéramos jugando al escondido, con esta incongruencia vivencial que
no termina de despejarse, enredados ante la falta de normalidad, vamos
descubriendo rincones culturales, casi inadvertidos, que se agradecen; sobre
todo ahora que necesitamos más que nunca colgarnos de ellos, para vitalizarnos,
en este columpio del destiempo.
La estación del metro Ríos
Rosas está rotulada con la novela Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós (1843-1920),
a propósito del centenario de su muerte, el año pasado. Se puede leer la obra
completa, destacando párrafos que invitan a introducirse en la novela, con
ilustraciones visualmente atractivas (de Beatriz Ramo). Rellenan el paso de los
viandantes, el esfuerzo conjunto de Metro y la Asociación de Editores de
Madrid. Se emplearon casi trescientas planchas con alrededor de dos millones de
matrices, ocupando casi doscientos noventa metros lineales.
También en la estación
Plaza España está empapelada con la obra más conocida de todos los tiempos, texto
completo de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de
Cervantes, matizando diez citas y trece
grabados.
Llena de arte también está
la estación La Latina, con fotos históricas y contemporáneas del popular
Rastro, el mercado al aire libre que se celebra allí desde 1740 cada domingo,
interrumpido el pasado año por la pandemia y que ha retomado su rumbo con
mascarillas y precavidas distancias.
La Estación del Arte,
antigua Atocha, se decoró con paneles de vinilo que reproducen algunas de las
obras más representativas de los tres grandes museos de las inmediaciones: El
Prado, el Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza.
Al bajarse en El Retiro
hay tres grandes murales (inaugurados en 1997) de azulejos en los que el
ilustrador Antonio Mingote recreó escenas típicas del parque y sus visitantes. En
2019 dedicaron la estación Rubén Darío a sus viñetas publicadas en ABC.
La estación Goya reúne los
grabados de este monumental pintor español, en su ejercicio más inspirador, por libre y rotundo
al momento de retratar a la sociedad del momento.
Fotografías del mítico
estadio del Rayo Vallecano y la carrera de San Silvestre adornan la estación de
Portazgo. La misma evolución histórica del metro viaja por imágenes en la línea
1 considerada centenaria, de Cuatro Caminos a Sol; y en la de Arroyofresno, la
temática es ilustraciones y fotos de la Sierra de Guadarrama.
Invitación constante a
salirnos de la rutina, a nutrirse con lo mucho que ofrecen imágenes y palabras.
Además, en el metro hay grandes carteles de obras de teatro que marcan
temporadas a pesar de esta derrota que supone el actual modo de vida, limitante.
Siguen los artistas
tocando instrumentos y cantando, por el metro en ese gran acertijo que les
significa vivir de su arte. Jóvenes solos, parejas o tríos, en su mayoría de
origen latino cantan a Juan Luis Guerra con mucho sabor y swing, como una mujer
cargada de buena energía. Voces maduras de melodías de siempre. Hombres qué
saben muy bien transmitir temas reconocidos. Un chico venezolano con voz de oro
que al momento de pedir colaboración por su buen cante, dijo: “unas monedas son
cariño”.
Fluye la creatividad como
la fricción de los metales que permiten al metro ir como un gusano estridente y
feliz, por buena parte de la ciudad, e interconectar norte y sur.
En el juego del escondite
está bien pedir taima (ganar tiempo y planificar alguna astucia) y escaparse a
un museo. Todos tienen sorpresas en este reinvento que han tenido que asumir
con menos público.
Verano en Nidden, de Max Pechstein |
El Museo Nacional
Thyssen-Bornemisza ofrece hasta mediados de este mes de marzo 2021 una
exposición temporal Expresionismo Alemán, muy visitada, a pesar de estos
tiempos con limitaciones y acontecimientos que han impedido el mayoritario
público que merece ver el conjunto de cuadros de los creadores que en nada se
conformaron con los aires de su tiempo.
Testigos hemos sido de
cómo artistas transgresores han dejado huellas en el tiempo. No todos pueden
traspasar al verdugo. Tienen que poseer además del talento, la fina esencia de
un rompimiento dosificado: aspavientos inoculados, pasan factura.
Es por ello que esta
exposición conmueve y maravilla. Nada más entrar se exhibe una auténtica joya,
Fränzi ante una silla tallada, de Ernst Ludwig Kirchner.
Dividida en ocho sesiones: Talleres, Referentes, Exteriores, Aires populares, Difusión, Estigmatización, Rehabilitación e Internacionalización, se pueden ver obras de Vassily Kandinsky, Franz Marc, George Grosz, Emil Nolde, Paul Klee, August Macke y Max Pechstein, entre otros. Cuadros de noruego Edvard Munch se cuelan en esta muestra cargada de sorpresas, aciertos y renuncias.
Mientras el viejo continente
prácticamente comenzaba a arder, los artistas de su tiempo luchaban por dejar
huellas referenciales distintas e innovadoras.
Impacta el colorido, la
fuerza de las combinaciones de los tonos puros, contrastando con el gris
momento que estaba viviendo la humanidad, cercana a la I y II Guerra Mundial.
Si el ímpetu de la
estrella buena de la creatividad hubiese vencido al ciego desacierto de la destrucción,
otro gallo hubiese amanecido cantando, en las auroras de tan complejos momentos.
En cultura todo es apuesta
segura: tiempos de escondite como de taima son ganadores.
Detalle de Atardecer, de Munch
No hay comentarios:
Publicar un comentario