jueves, 19 de mayo de 2011

El tono Xingjian

“¿Cómo encontrar, por último, un lenguaje puro y cristalino, musical, inmarcesible, más elevado que la melodía, más allá de los límites establecidos por la morfología y la sintaxis, sin distinción entre el objeto y el sujeto, que trascienda a las personas, se desembarace de la lógica, en constante desarrollo, que no recurra ni a las imágenes, ni a las metáforas, ni a las asociaciones de ideas ni a los símbolos? Un lenguaje que pudiera expresar enteramente los sufrimientos de la vida y el temor a la muerte, las penas y las alegrías, la soledad y el consuelo, la perplejidad y la espera, la vacilación y la determinación, la debilidad y el valor, los celos y el remordimiento, la calma, la impaciencia y la confianza en uno mismo, la generosidad y el tormento, la bondad y el odio, la piedad y el desánimo, la indiferencia y la paz, la villanía y la maldad, la nobleza y la crueldad, la ferocidad y la bondad, el entusiasmo y la frialdad, la impasibilidad, la sinceridad y la indecencia, la vanidad y la codicia, el desdén y el respeto, la jactancia y la duda, la modestia y el orgullo, la obstinación y la indignación, la aflicción y la vergüenza, la duda y el asombro, y la lasitud y la decrepitud y el intento perpetuo de comprender y no menos perpetuo de no comprender y la impotencia de no lograrlo”.

El anterior escrito es un fragmento de La Montaña del alma de Gao Xingjian, premio Nobel de Literatura del año 2000, publicado en Babelia (revista cultural del diario El País) en 2001.

Apenas la introducción a este articulo es una fuente que abre el universo de este hombre más cercano a su corazón después de la intensa vida que le ha tocado vivir.

Xingjian es un hombre que ha tenido tres vidas: primero como ciudadano chino en su país hasta que fue llevado a las instituciones reeducativas de las que pudo huir; como ciudadano exilado en Francia en la que era un oriental más y un tercer ciclo después de alcanzar la estatura del galardón concedido por la Academia sueca.

En una reciente entrevista concedida a la periodista Ima Sanchis, del diario catalán La Vanguardia habló con notable erudición sobre el ser humano. No es una mirada esperanzada porque no puede serlo. Se advierte desde el titulo que es "En la naturaleza humana habita el mal". Reproducimos algunas preguntas y sus muy precisas respuestas:

   ¿No cree usted en el ser humano?
   En la naturaleza humana habita el mal, el infierno no es sólo los otros, también está en uno mismo, y uno debe de ser consciente. La literatura juega este papel, despertar la conciencia. Hay que salir de los ismos.

   ¿Hacia dónde?
    Es esencial conocer la condición humana, saber que un verdugo no es el diablo, es un ser humano.

   ¿Cómo podemos cambiar?
   No podemos cambiar este mundo, sólo despertar a nivel individual la compasión y la conciencia, y ese es el papel de los artistas.

   ¿Qué palabras tienen más sentido para usted?
   La verdad es inmensa, pero la ley universal no se puede conocer. Esta sociedad humana no puede prever la guerra ni detenerla. La guerra es muy estúpida, pero hacemos la guerra. El mundo es estúpido, el hombre es estúpido, y hay que ser consciente de eso.

   ¿Sin remedio?
   Sólo nos queda controlarnos a nosotros mismos siendo lúcidos.

   ¿Usted es feliz?
   Sí.

   ¿Cómo puede ser feliz pensando que estamos abocados al desastre?
   Si uno no es consciente, es siempre desgraciado, si eres consciente tienes la posibilidad de cambiar y de ser feliz.

   ¿Cree en el amor?
   El amor no es una creencia, es un diálogo.

Estamos ante unas respuestas que no dejan dudas. Son cortadas por el bisturí de un escepticismo lúcido.

Sobre su novela en el blog Letras Libres, Christopher Domínguez Michael escribe:

“Bella, consciente de su naturaleza excesiva, La montaña del alma es una novela cuya retórica se apoya en la alternancia de los pronombres personales —yo, tú, ella— pues el autor rechaza violentamente el "nosotros", abuso del lenguaje que desvía al hombre de su camino. No hay salvación colectiva en Gao Xingjian y ni siquiera la universalidad del budismo le es simpática. Al narrador le tiene sin cuidado decepcionar al lector ansioso de esoterismo. Acercándose al Tíbet, el peregrino se detiene y, en una estampa taoísta, un viejo campesino, malhumorado junto al arroyo, le responde con una paradoja: la montaña del alma es un no-lugar, de localización imprecisa en el mapa. Esa cima se alcanza cada día. En el mejor de los casos, al recorrer China, el viajero cumple con la misión de buscarla.



     Como en el poema de Cavafis, en La montaña del alma poco importa Ítaca, sino la voluntad de llegar a ella. El letrado regresa y al lector le es indiferente saber si la culminación de su viaje fue sueño o realidad: "Debo retornar entre los hombres, reencontrar el sol y el calor, la alegría, la multitud, el tumulto; cuales sean los tormentos que me hagan sufrir, son el soplo vital de la humanidad".



     Borges dijo que el Premio Nobel servía para publicitar a escritores poco conocidos. En este caso, al escoger al novelista, dramaturgo y pintor chino, la Academia Sueca nos ha hecho un favor, premiando al autor de un libro formidable por su belleza y su simplicidad” (19/05/2011).-  

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