En la sala de exposiciones de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Arturo Michelena las artistas plásticas María Esther Barbieri, Maritza Góngora y Tania Zambrano exponen sus piezas y aunque las tres propuestas son distintas el espacio las unifica sin perder fuerza y características propias.
Bajo la coordinación general de José Miraz, estudiante de la escuela, como parte del desarrollo de la materia Gerencia Cultural que dicta la artista y también docente, Marta Iribarren, la muestra fue abierta al público en horas de la mañana del pasado jueves. La museografía estuvo a cargo de Oscar Hernández.
Ana Fioravanti, artista plástica y poeta, fue la encargada de pronunciar unas palabras de bienvenida a los asistentes hablando de lo ella denominó Fragilidad en TRES:” Hoy, en este espacio, asistimos a una muestra de arte, donde tres mujeres, hacen de la porcelana una carta en blanco, y, sobre la fragilidad del material, con la complicidad del fuego, las imágenes se hacen metáforas. Y de este modo, tres propuestas distintas, en contenido y formas, transmutan los soportes en contenedores de vidas, donde el Otro se espejea”
De las tres artistas ella ha escrito porque llevan años de compartir y conocerse y es oportuno que a través de su análisis se conozca el talento que ellas han ido perfeccionando hasta tener voz propia. Colocamos aquí algunos extractos de lo señalado por Fioravanti:
“Las obras de María Esther Barbieri nos introducen en su universo de símbolos. La artista, en su pasión por lo tribal y étnico, une dos mundos: lo escultórico y el diseño, creando así, un arte muy personal, donde, elementos extraídos de la cotidianidad, develan códigos de una geometría existencial, que la artista, al componerlos, los hace evocaciones de lo invisible. Y, de este modo, el espectador se impregna ante la obra de su linfa vital.
Cuadrados y círculos, se mezclan y separan, se acoplan y tensan. La mirada del que observa busca el lugar preciso para que la alucinación se produzca. La geometría compositiva, abandona la rigidez que le es propia y produce un efecto de tensión y ritmo que brota del juego de repeticiones de objetos escultóricos y la mirada del Otro los funde en un acto de recreación, y lo convierte en un todo y se vuelve sentimiento, latido, voz o silencio, reflejo, luz, lenguaje.
La magia de la creación logra, que los elementos yuxtapuestos se fundan y se hagan reflejos de un canto sin voces, que perfilan sentimientos de una nostalgia ancestral, y en rítmica y acompasada composición, nos llevan al reencuentro con lo primigenio, para envolvernos en una sugestiva magia chamánica.
Maritza Góngora nos habla en esta serie de trabajos artísticos, a los que titula En casa de Ondina de un río que no se ve, y en el que ella, se reconoció en sus aguas, y, al descubrir, que habitaba ese río, se hizo pozo, estanque, agua, poema, sueño. Pero, de tanto ver correr las aguas que otros no miraban, se percató de pronto, que bastaba, que ella: Ondina, las pudiera ver, para que el agua que nos ofrendaba, sin estar ante nosotros, nos empapara. Y descubrió su propia magia.
Ciertamente una obra puede tomar cualquier forma y valerse de cualquier material. También es cierto que la poesía puede vivir sobre el soporte frágil de la translucida porcelana. Innegablemente, la metáfora cobra vida, toda vez que otro siente la emoción que el objeto transmutado en elemento estético le comunica, pues no es el objeto el que comunica la emoción, sino es el sujeto que se constituye en fuente ante el objeto transformado en otra realidad y que se hace vinculo creado por el artista, y luz, para la sensibilidad del otro que observa.
Entre lo vivido, lo mítico y lo imaginado, Góngora rastrea recuerdos, y sueña mañanas, crea un mundo de porcelana para escribir su diario de vida, y hace cómplice al fuego para dejar huellas de su río de memorias y recrear las aguas en las que se sumerge y navega. Y, entre tazas, platos y utensilios frágiles, transmutados en capullos de loto y botes, se hace Ondina, y el soporte se hace espacio en blanco para escribir la vida.
Tania Zambrano nos entrega en sus trabajos artísticos ventanas, donde los rostros femeninos se asoman. Velados o nítidos rostros de mujer, donde el misterio de lo que se observa no nos es develado. Tania Zambrano, con sus ventanas como ojos, que permiten mirarnos hacia adentro y mirar afuera, conocer lo que nos habita y escuchar nuestro silencio, nos entrega mujeres enmarcadas en esos límites, tras brumas recreadas por las pinceladas minuciosas de la artista, y la porcelana como soporte para que el espectador se detenga ante ellas a fantasear cuáles son sus espejismos.
Las ventanas, elementos de intensa fascinación psicológica, interrumpen la opacidad de las paredes, permiten a los caminantes inventarse la vida detrás de ellas. Y, a los que a ellas se asoman, observar detrás de sus frágiles alas transparentes lo que afuera fluye y le es extraño.
Son la ilusión de la entrada a un mundo que no nos pertenece, no importa qué lugar ocupemos: adentro o afuera, son el sutil hilo imaginario que nos separa de la revelación, que siempre será alucinada” (Notitarde, 05/02/2012, Lectura Tangente).-
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