En el año 2010 tuvimos la oportunidad de conocer Brasilia. Y fue dentro de un acontecimiento mucho más luminoso: el artista Rolando Quero fue invitado a realizar una exposición que él tituló “Sueños de la jungla”, con motivo de los cincuenta años de esta enorme urbe, diseñada y planificada, dentro de una formidable extensión que le fue arrebatada a la selva, con el propósito de albergar personas, descongestionar otras importantes ciudades y la entonces capital brasileña y brindar calidad de vida a los habitantes.
Por tal motivo nos sumaron como parte de la delegación a esta muestra que contó con el respaldo de la Secretaria de Cultura de Brasil, la Casa de la Cultura de América Latina, el Instituto de Cultura y Apoyo Social (Incas), la Asociación Tiempo de Arte y la ONG, Ecodata.
Vivimos una semana de intensa actividad y recorrido. La obra de Quero fue admirada en el Templo da Boa Vontade, uno de los lugares más concurridos pues es un de centro de convenciones que tiene además una pirámide espiritual, con un enorme cuarzo en la cúspide, que estimula a transmutar y cargarse energéticamente. Y así lo hicimos. Una vez finalizada allí, sus cuadros fueron también expuestos en la sala de exposiciones de la Cámara del Senado de Brasil.
Brasilia es una ciudad que estremece. Es tan monumental, tan dinámica y a la vez tan silenciosa dentro de esa magnitud que sólo las obras arquitectónicas de Oscar Niemeyer aspiran contenerla, en una competencia, muy desigual, por la exuberancia del Dios fuego, de los chubascos repentinos que en minutos inundan todo, para luego relumbrar sol, como si nada hubiese pasado.
Allí, pese al enorme parque automotor las personas están preparadas culturalmente para no tocar cornetas y que funcionen a la perfección los silenciadores de los automóviles. Todos los vehículos viejos son retirados y no se permiten motores contaminantes. De allí el fabuloso silencio que forma una perfecta caja de resonancia para la naturaleza.
El Memorial de los Pueblos Indígenas, lugar donde hubo la instalación de John Padovani, “Cargador Andino”, tiene la forma de un penacho de indio, para rendirle homenaje a todos los primeros pobladores de esta tierra color rojo, que tiñe vivencias, que tiene un olor dulce e inolvidable. Este trabajo del artista cusqueño también formó parte de la programación aniversario de Brasilia.
Quero, en este edificio donde chamanes hacen rituales, se impresionó con la presencia y esencia de los hombres indígenas. Vestidos con un traje formal, con paltó y corbata, tenían en sus rostros marcas de pinturas ancestrales, y lucían los vistosos penachos con plumas, en su mayoría, de azul intenso.
Su muestra “Sueños de jungla” nació de la evocación de un lugar exuberante pero desconocido para él. De alguna u otra forma los venezolanos sabemos lo que es la selva pero la floresta, como le dicen en Brasil, es otra cosa: cambia de un modo inescrutable la visión que se creía tener de la vida.
Él permaneció alrededor de un mes allá y no podía sino llegar y continuar, después de cierto reposo y maduración, con una obra que apenas había comenzado cuando marchó hacia allá. Fue entonces cuando vino una trascendencia importante: si las primeras obras de Quero vaciadas en los lienzos para llevar a Brasil son la visión ingenua y colorida de un sueño; “Ecos en la Amazonía”, a su regreso, después de vivir dentro de la floresta, son el latente prodigio creador de una realidad. Por ello en sus lienzos se escuchan los dardos de las alas de las aves mas alborotadas, las guacamayas, anunciando que el rojo enciende el cielo cada mediodía; que los azules son puentes hacia otros portales; que los verdes tienen la variedad de la vida, del amor; corazón de cuarzo; cuarzo de fe.
Toda Brasilia es un recuerdo a la tolerancia. Al lado de un templo adventista, hay uno árabe; un poco más allá el de una iglesia católica; un poco más acá una congregación espiritista. Todos tienen sus grandes espacios. Reúnen muchas personas e igual respeto por las creencias de los otros. Existen muchas universidades, privadas y públicas. Se respira un aire de alegría, de amabilidad, de nobleza.
Los ríos del Amazonas bañaron la obra de Rolando Quero. En las piezas que presentará a partir de hoy en la Casa de la Cultura Aldemaro Romero del municipio San Diego tienen la ducha de esta serpenteante seducción de agua dulce que es el alimento de la floresta. Casi todas ellas reproducen la transparencia de la luz, los colores que se pierden dentro de sí mismos, como los pensamientos; la vitalidad de las palabras que se expresan con trazos y que no pueden sino invitar a vivir, a amar y a entender el mundo de una mejor forma.
También venía Rolando Quero trabajando con dos colores que luego se hicieron “Senderos de peonía”: rojo y negro. Después de Brasilia tomaron otro aire y aunque parezca mentira ambos se integraron con mayor fluidez. Inclusive la fuerza de “Azul Naranja” exposición que llenó la inmensa sala del Museo de la Cultura en 2009, tomó el vuelo de “Caminos de pericoca”, de trazos anaranjados que recuerdan el revuelo que el sol causa en el universo interior (Notitarde, 03/03/2012, Lectura Tangente).-
No hay comentarios:
Publicar un comentario