Un apacible
paseo y Arrójalo
de El libro de la serenidad de
Ramiro A. Calle manifiestan a través de anécdotas y comentarios lo que esa
necesidad interior dicta como flama. El cambio parte desde nosotros mismos.
“La mente se encarga de complicado todo. Busca donde no
puede encontrar; ansía lo que no puede obtener. Se extravía con suma facilidad
en toda clase de expectativas ilusorias. Dice querer bienestar, pero provoca
malestar. Siempre está corriendo, deseando, persiguiendo logros. Tiene tanta
prisa, tanta urgencia, que no puede jamás disfrutar de serenidad. Aunque nada
le quede pendiente, sigue experimentando prisa y urgencia, sigue acumulando
confusión y neurosis. No sabe detenerse, aguardar, esperar y confiar. Tanto
mira a lo lejos que no ve lo más cercano. No aprecia lo sencillo, lo simple, lo
hermosamente desnudo y evidente, como el trino de un pájaro o el rumor de un
arroyo o la reconfortante brisa del aire o la caricia de un ser querido. Se
pierde lo mejor de cada momento porque está pendiente de lo mejor para después,
atrapada en la jaula de la expectativa. Incluso presupone la verdad tan lejos
que no es capaz de detectada en la vida misma estallando con su energía a cada
momento, unas veces en forma de nube y otras en forma de árbol, unas veces como
el canto de un ruiseñor y otras como las arrugas de un anciano.
Deja todo de lado y conéctate con el aquí y ahora. La mente atenta
y relajada, perceptiva y sosegada: escucha el trino de los pájaros. Aprecia ese
instante como si fuera el primero y el último. No quieras agarrado, ni
retenerlo, ni pensarlo, porque entonces escapará o se convertirá en un feo y
hueco concepto. Si estás atento y relajado, en ese momento puedes vivir la vida
en su totalidad. No hay otra verdad que enseñar.
Un maestro decía: «Ponte en contacto con lo que es»; otro
(era Buda): «Ven y mira»; otro: «Conecta, eso es todo»; otro: «En lugar de
pensar en lo que es, sé»; otro: «Mira a través de las rendijas de tus
pensamientos, más allá de ellos». No es la creencia lo que cuenta, sino la
experiencia que transforma y libera. Las ideas no van a procuramos ni serenidad
ni lucidez. A menudo confundimos el dedo que apunta a la luna con la luna
misma. Incluso la idea de iluminación o vacío es una idea, una obstrucción,
pues, un dique.
La idea puede terminar siendo una trampa, una emboscada, un
ladrón de la serenidad. Unas personas llenan su vida de ideas; otras viven la
vida. Unos consumen su existencia teorizando, discurriendo filosóficamente, pensando;
otros perciben, fluyen y viven. Hay mucho que arrojar y, como sabiamente dijo
Jesús, no se puede hacer remiendo a paño viejo.
Estamos saturados de modelos, esquemas, filtros. Esquemas incluso
sobre la última realidad o la iluminación, que situamos muy lejos, muy
distante; no somos capaces de contemplada aquí y ahora, porque sólo vemos
nuestros esquemas o modelos mentales. Mencio declaraba: «La verdad está cerca y
se la busca lejos».
El logro también es una idea y nos despierta mucha tensión,
mucha ansiedad, mucha prisa. Pero nunca se alcanza aquello que tanto se desea.
Sólo existe en la imaginación. Por eso uno se defrauda, se desalienta, se
desencanta y tiene que seguir ansiando, expectante,
persiguiendo.
Así no puede haber sosiego ni equilibrio. Incluso si de
verdad queremos llegar a conocemos (y el autoconocimiento es necesario para hallar
el sosiego), tendremos que eliminar todas las ideas preconcebidas sobre
nosotros mismos para comenzar a examinarnos como somos, y no como suponemos que
somos o queremos ser o los demás nos dicen que somos. Es un buen ejercicio:
empezar a sacar la basura de nosotros mismos. Que sintamos, a cada momento, que
estamos drenando, limpiando, y todo adquiere otro sentido en esta finitud entre
dos infinitudes que es la vida. Las dificultades siguen existiendo, los problemas
y las personas aviesas. también, pero en la mente hay calma y un vacío capaz de
absorber sin quebrarse. Tomamos el cosmos como la pantalla que nos soporta y
así todo es más soportable. No nos hundimos tan fácilmente, porque somos más
elásticos, más porosos.
Toma y arroja. Disfruta y suelta. Sufre y suelta. Vive y suelta.
Ama y suelta. Cuando se arroja, todo se renueva. Uno está más ligero para
saltar. No hay tantos lastres. Nada pesa tanto ni ocupa tanto espacio como las
ideas, los trastos inútiles y polvorientos de la trastienda de la mente.
Dondequiera que vayamos, la mente estará con nosotros. Con
quienquiera que estemos, la mente estará con nosotros. En una ocasión le
preguntaron al gran sabio indio Ramana Maharshi a qué había que renunciar, y
repuso: «A lo único que hay que renunciar es a la estupidez de la mente y a la
idea de posesión». La gente corre hacia un guía espiritual para que libere su
mente, sin darse cuenta de que sólo uno mismo puede liberada, pues uno tiene que
encender la propia lámpara interior. Por minoría de edad emocional, la gente
persigue líderes de todo tipo, ídolos de barro, desaprensivos y burdos
farsantes o mercenarios del espíritu. Todo con tal de no asumir la propia responsabilidad
del cambio interior. Dando vueltas de aquí para allá, pero arrastrando los
oscurecimientos de la mente. Te vas a la India o a la isla de Pascua o al
Machupicchu, pero arrastrando la misma mente, acarreando los mismos
impedimentos mentales” (Lectura Tangente, 05/01/2014, Notitarde).-
Foto: deltoroalinfinito.blogspot....
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