Lo más parecido a morir es
tener que entrar, o más bien que nos lleven, a un quirófano. Después de la
silla de ruedas está la amplia camilla y, encima, una luz redonda y
enceguecedora que pronto no veremos, porque ya nos habrán drogado para
continuar los expertos con la extirpación del mal por el que allí descendimos.
Las mujeres además somos capaces de permitir esa muerte a medias a través de la
cesárea por la que nacerá un ser al que hemos estado gestando. Y así empiezan
muchas contradicciones en el precario entendimiento de la existencia.
Cuando despertamos de esa
muerte selectiva, aún con el dolor más rabioso, sabemos que la vida nos dio la
oportunidad del regreso, que los químicos no pudieron dominarnos y alcanzamos
así una resurrección rara, pero al fin y al cabo, un renacimiento, para continuar
en la coexistencia; con todo lo que vinimos a hacer aquí, lo descubriéramos
(aún), o no.
Pero la sociedad actual
sufre de un drama mortuorio. Mientras hay países que no parecen haber aprendido
nada de humanismo y, por el contrario, hacen diariamente brutales carnicerías
para propagar el odio y la intolerancia, hay otros que sencillamente están
anestesiados. Y aunque la anestesia sea estándar (hay diferentes clases, dosis
y marcas que revelan sus grados de opacidad), también hay que reconocer que
también las personas que conforman las colectividades no son las mismas, porque
recordando geografías y trópicos, es que medio se alcanza a entender algo de
cuanto ocurre.
Anestesiados por la droga
que ya se consume en demasía de muchas y diferentes formas. Por la
politiquería. Los ciudadanos han sido arrinconados por las ventas. Las nuevas
tecnologías existen por ellas y los seres humanos se han acostumbrado a
ofrecerse como si fueran mercancía. Bultos apenas en una sociedad de consumo,
alérgica a los tratados globalizadores de bien común, observándolos como
sospechosos.
En naciones donde se han
hecho notables esfuerzos por educar y humanizar, desde pequeños, a sus
individuos, viene después la precinto de entender que toda la teoría es una
ficción y que la realidad es la asquerosa circunstancia de encontrarse con un
grupo dominante capaz de llevar a una mayoría por el despeñadero sólo porque
privó el egoísmo de siempre, la astucia; las relaciones entre los
todopoderosos. Todo eso mientras tu vecino golpea con fuerza las paredes y los
del frente, violando ordenanzas municipales, dentro de una casa, tienen un
ruidoso negocio que no te deja dormir.
Pero tal como escribió
Eric Fromm en ¿Tener o ser? : “… la
supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del
corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible hasta el grado en que
ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la
oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo” (1997:28).
Los cambios han sido
muchos desde que este filósofo escribiera su análisis humanista. Sobre todo
tecnológicos. ¿Ayudan?: más bien anestesian y por eso son tan aceptados y
perseguidos por la sociedad actual.
Urge manifestar el ego en
Facebook. Contar a todos lo que (no) soy: y, luego, existo. Apremia la
necesidad de contar, de transmitir, de creer y hacernos pretender que nuestras
ideas son realmente notorias. La
democratización y universalidad del decir enmaraña mucho la trampa existencial
de creernos por encima y delante de casi todos. Erigirnos importantes olvidando
que lo somos.
Quien vive para el
Facebook vive para el qué (y lo mucho) que dirán. Y esa es una nueva forma de
morir. Anestesiándonos.
Ya no es el ser el que se
rehace a sí mismo, es el ser que construye una falsa realidad para que los
otros crean que es así y aunque sé que no lo es y todos los que lo intentan lo
saben, la aceptación del juego es obedecimiento de ciertas reglas.
No se trata de no ser
sinceros o no, originales, entusiastas o masacradores. Todo es lo mismo, a la
final. Se trata de esa jugada perfecta que le ha brindado la tecnología a los
que realmente dominan al mundo, lo que parece ser importante (el dinero, las
ventas) para tener anestesiados a un buen número de gente pensante, capaz; sin
querer adoctrinada, en ésta especie de reality diario, constante y embelesador.
Soy porque estoy en las
redes sociales. ¿? En buena parte de los idiomas ser y estar son dos verbos
separados de significado. Aparte de la dominación que ya puede entenderse
también está la profundidad que inadvertidamente ha calado en el mensaje, a
juzgar por el eco recibido.
¿Vivimos?, ¿desvivimos?
Aferrados a la posibilidad de ser mientras estemos allí, en un escenario por
demás virtual, como al parecer somos, nosotros mismos que no hemos percibido la
realidad tal y como es, porque estamos dormidos, embotados, medio muertos, en
este mal vivir que hemos implantado desde los tiempos que ya ni recordamos, memorizado
en nuestros genes.
Ahora son las tecnologías
masificadas. Antes tuvieron nuestros abuelos otros métodos para seguir
sacándole cuerpo a la vida (Notitarde, 10/07/2016, Lectura Tangente)
Imagen: https://omshreeom.wordpress.com
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