Sol sanjuanero
Me dicen que años antes de
la pandemia, Oporto era un destino relajado y tranquilo. Es un puerto muy
singular que le rinde tributo a la sardina, aunque por todas partes se coma
bacalao, como en casi toda Portugal.
Visitamos los destinos más
turísticos, las calles en su mayoría sufrían los rotos de las reparaciones y
reacondicionamientos, hubo que esquivar muchas aceras y pasos peatonales, con
los ruidos de las maquinarias operando y la cantidad de turistas hambrientos de
experiencias, localizando los lugares recomendados por la oficina de turismo y por
los advenedizos de las redes.
Para comer en los
restaurantes asequibles y populares, siempre hubo que hacer cita, aunque
realmente la oferta gastronómica es buena en casi todos los lugares. A los que
le gusten los bolinhos de bacalhau o pasteles de nata estarán en el paraíso y
no pasarán hambre, los venden hasta en panaderías y casi en todas partes están
buenos
Coincidió este primer
hallazgo de esta zona costera, atravesada por el rio Douro, con puentes enormes
construidos para el paso de coches y trenes, con el solsticio de verano, y
realmente fue gratificante observar como cientos de seres humanos esperaban la
puesta de sol mientras el blanco Oporto Lágrima fluía por las venas, con
paso dulce, asentado.
Los días de este viaje
fueron plagados de efervescencia física y emocional. Otra cosa no es la vida.
En la librería Lello, en
honor al personaje de Harry Potter, una vez más, entendimos sin comprender un
ápice, que los fenómenos masivos nos retornan proporcionalmente a la
ignorancia. Allí no hubo nada más que marketing y tropezones con gente que
quizás buscábamos lo mismo, saliendo de allí bien defraudados.
La librería centenaria con
un diseño atractivo, escalinatas de madera y hechicero piso rojo, plagada de libros y ediciones de lujo de
grandes clásicos, tiene poco del universo mágico de esta saga de J.K. Rowling.
Largas filas para entrar y para pagar en las cajas no permiten en un
espacio tan pequeño disfrutar siquiera de la conexión con los libros, aunque es
un punto a favor que por lo menos exista una librería en el destino masivo del
turismo.
Oporto desprende aire
marino, rio desembocando en el mar atlántico, subidas y bajadas con la
intensidad de una ciudad que lucha por mantenerse en calma, mientras los
viajeros la llevan a un ritmo que ella intenta desafiar.
Eso me hizo recordar a mis
vecinos de toda la vida, Manuel y su esposa Elsa, por allá por Carmen de Uria,
dueños del Rey del Pescado. Él un hombre trabajador, discreto, sencillo y
diáfano, padre de Tony y La Nena, natural de Oporto, llegado a las venezolanas
tierras guaireñas, en busca de un mejor
porvenir. Trabajaba como nadie la carpintería y es que en esta ciudad hay una
tradición con la madera, que intentan
mantener todavía, en tímidas tiendas que ofrecen trabajo artesanal.
Y ese sol sanjuanero que
dio paso a una luna llena enorme, me recordó también a mis hermanos del alma,
José Carlos y Avelino De Nóbrega, a quienes añoro, de padres portugueses, con
destino corsario que apalancó mi corazón.
En todas las ciudades y
pueblos europeos que he visitado, la arquitectura y vestigios medievales hacen
que frenemos en seco nuestras vibraciones; el dolor aún se palpa, cruje y hace
aparecer todo tipo de sensaciones.
Me llamó la atención, en
la Iglesia de San Nicolau ver a su santo en la fachada, protegido con cristal,
mirando hacia la Iglesia de San Francisco, que está enfrente. Su nave sencilla
sin más adorno que el gris del cemento (hormigón) y las losas azules, enfatiza
su aspecto inusual. Rinde homenaje al obispo de Oporto, Nicolau Monteiro, quien
la mandó a construir. Esta capilla pequeña estaba muy sola a la hora de la misa
y los que nos asomábamos, queríamos ver el retablo mayor de estilo rococó y la obra
de Custódio de Sousa Santos dedicada a San Eloy.
Ese es justamente el desafío
de los lugares con turismo masivo: mediar su cotidianidad y salir airosos de la
vorágine, que si bien trae progreso y
prosperidad, también quita y resta calidad de vida para sus moradores.
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