Partitura, Oscar Villamizar |
Tengo una compañera de
piso que toca guitarra y canta muy bien, con afinación, por sobre todas las
destrezas que ha cultivado a lo largo del tiempo, desde que supo el llamado de
la música en su piel y alma.
Generalmente cuando estoy
escribiendo estas cartas viene a “visitarme”, nos llamamos vecinas, aunque nos
separa nada más que un pasillo. Guitarra en mano comienza sus ensayos, después
de haber realizado los ejercicios de entonación.
Tiene un repertorio y va
escogiendo las canciones. El compartir obligado por esta cuarentena, ha
merecido una adaptación. Le voy hablando de canciones que ella jamás ha oído, y
voy aprendiendo de ella, ese repertorio joven de cantantes de los que bastante
poco sé.
Sus diarias visitas son
muy divertidas porque lo más bonito de los ensayos es observar la tenacidad de
quien quiere alcanzar la perfección. Una y otra vez practica los acordes, las
melodías facilitadas por Internet y con una jovialidad imparable va dominando
el responsable proceso que exige una clara concentración.
Nacida en este siglo, da
gusto saber que admira a músicos de todas las épocas. Eso pasa con la música:
es maestra del respeto. Apenas se distingue la calidad nace la maravilla innata y creativa, por quienes la han compartido, con sus pálpitos y emociones.
En el mundo existen muchos
intérpretes, ejecutantes, compositores; artistas. No hay otra fórmula más clara
que ensayar con tesón. Casi todos quieren el éxito, desbordado en las redes
sociales, capaces de convertir en dioses a perfectos desconocidos. Pero lo que
es más importante, como en todo en la vida, es la producción de felicidad que
conlleva, hacer lo que se siente predestinado.
Canciones de Natalia
Jiménez, Selena, Rozalen, Jesse & Joy, La Oreja de Van Gogh, Laura Pausini,
Mecano, Lady Gaga y de otras cantantes
como Aitana, Anitta, Becky G., y Greeicy van entreteniendo algunas tardes,
mucho más alegres en esta cuarentena, desde que ella toca la puerta y entra,
guitarra y apuntes, en mano.
Mi gato Cachito cuando
llega la observa, espera que le hagan cariños, que lo toquen y demás
carantoñas. Después, disimuladamente, se va hacia la pequeña terraza, escapando
de las risas, de la voz que se alza para enfatizar un tema.
Él es más de estar solo.
Antes de la cuarentena, esperaba hasta más de diez horas que llegara del
trabajo. Como tantas otras mascotas.
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