Los días de confinamiento
abren un apetito feroz. Ya no por asaltar la nevera o escaparse con la excusa
de que se acabaron los yogurts o los dulces de la despensa sino también por
consumir dosis de videos, películas, series, escritos de toda índole y libros.
También por
participar en cosas que nunca hubiésemos
hecho antes, de forma on line: meditación con un grupo de religiosas mexicanas,
escuchar al gurú de India que está más de moda, en charla de la pareja
ideal con posibilidad de contactos (más adelante), y hasta ponerse a cocinar con el chef que
más grita en los programas de televisión.
Dentro de todas estas
distracciones mata tedio están los artículos, investigaciones, relatos,
cuentos, poesía y ensayos que están despilfarrados por esa autopista de (des) conocimiento de las redes, que a veces
dejamos que invada nuestra vida.
Con las bibliotecas y librerías cerradas, leídos
todos los que tenemos a la manos hasta
un par de veces, no queda sino plantearse la posibilidad de adquirir un libro
electrónico.
Pero lo sabemos: nunca
será igual. Si bien el siglo pasado ya vaticinaron la muerte del libro de papel
y quizás la naturaleza lo vaya implorando, todavía es sensorial nuestra
conexión con el libro.
Caminar por los espacios
de una biblioteca es sentir condensación de almas. Allí hay un depósito seguro
de nuestra experiencia humana, un respeto por lo que sucedió o imaginaron que
así fue otros muchos congéneres. Una continuidad de nuestros tránsitos de la
existencia.
Al entrar a una librería,
el olor a papel y tinta envuelve y carameliza nuestra sensibilidad. El universo
se amplía. Se dilatan los horizontes y nacen interconexiones nuevas y
palpitantes.
En las cavernas,
imaginamos, fueron ideando impregnarse las manos para dejar la impronta hasta crear
utensilios certeros. Sospechamos la
satisfacción del primer escritor o dibujante al dejar en la sencilla
hoja de papel vegetal su mensaje. La complacencia de sus manos, el desnudo
aroma de la mezcla. Saber que en su muñeca tenía el poder de comunicar, debió
ser exaltación sublime.
Por eso hoy, Día del
Libro, cuando no hemos podido recorrer los espacios habituales y estamos
intentado hacerle llegar a nuestra madre uno porque ya lleva más de un mes sin
poder leer alguna buena obra de ficción, que son las que le gustan, tendremos
que plantearnos otros contextos.
Lo sensorial pasará a lo
electrónico o coexistirán ambos sin problemas, como hasta ahora. Si declina el
papel entenderemos que es por el bien de los árboles. Viéndolo sin emoción, lo que
vale del libro es su fondo, su contenido, no su tacto, aunque sea placentero.
Soy Marisol. El día estuvo
frio y gris y bastante tarde levanta con un sol potente. El mismo que te la
fuerza en tu recuperación y salida a tus espacios sagrados. Mi gato duerme. Ya se volvió a apagar la luz.
Carta anterior:
https://azulfortaleza.blogspot.com/2020/04/vecina-cartas-de-apoyo-pacientes-covid.html
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