Sueños de jungla, Rolando Quero |
Al abrir la pestaña de
cultura de los pocos periódicos on line que leo supe de la muerte del escritor
Luis Sepúlveda, nacido en Chile, desde hace más de veinte años viviendo en la
ciudad asturiana de Gijón.
He leído solo un libro de
él, el más celebrado: Un viejo que leía
novelas de amor. Su lectura me dejó su huella como autor, de renovadas
visiones frente a la vida, lúcido ante la historia y las escamas de todos y
cada uno de los personajes. No en vano era parte de un análisis literario en
uno de los seminarios que estudié.
Dedicó Sepúlveda este
libro a su amigo Chico Mendes del
Movimiento Ecológico Universal, asesinado en plena selva brasileña,
mientras a él le estaban otorgando el premio Tigre Juan, en Oviedo.
Esa luz que era Mendes no
pudo iluminarse aún más con los pasajes narrados por Sepúlveda. Por instantes, se hubiese convertido en luciérnaga viajando
por la ancha espesura, a la par de los enormes chorros de agua del Amazonas,
hablando con los árboles que tanto entendía.
Le hubiese contado a sus
hijos que había terminado un libro de su amigo Luis, sobre un viejo y lo
hubiese comparado con los chamanes, capaces de
leer cada centímetro de la tierra.
La caminan descalzos,
sintiéndola. Reconocen cuando sus huesos crujen o se despierta la serpiente de
fuego que vive adentro y la recorre, asentándose en lugares, muy recónditos
unos de otros.
Dicen que esa culebra,
corazón de la tierra, se movió de Asia a América Latina, por lo que, pemones y
yanomamis, todavía actúan con mucho más sigilo. Al calor de las hogueras
cuentan sus historias ancentrales y veneran aún más la selva que es la vida:
río canto, madera balsa, cocuyo hechizo, piel piedra, lluvia catarata.
Naturaleza sin límites, entregando su abundancia.
Al morir Chico en la selva
hubo un silencio que solo fue escuchado por los seres más sensibles. El que
percibió Luis y su personaje Antonio José Bolívar Proaño, el viejo.
La selva nacida del
universo, siente, ve, habla, escucha,
huele y transmuta. Los sabios saben, nada es en vano.
Aunque en cuarentena, los
días no son rutina, a menos que así lo concibamos. Soy Marisol. Pronto tu paso
por el hospital será recuerdo. Mi gato duerme.
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